"French Connection" con la persecución mas vigorosa que todavía no ha sido superada
William Friedkin dirigió el policíaco perfecto: French Connection, la gran ganadora de los Óscar de 1971.
Retitulado aquí por entonces “Contra el imperio de la droga”, porque los títulos que no estuvieran en castellano no pasaban censura, salvo que fueran nombres propios.
Con una atmósfera propia de un documental, narra cómo dos policías de andarse con ojo con ellos, investigan la conexión francesa que está permitiendo colar heroína en Estados Unidos ante las mismísimas narices de las autoridades.
La película no tiene desperdicio, pero la persecución que incluye por las calles de Nueva York es absolutamente legendaria.
La indudable osadía de French Connection, al aterrizar en esos ya de por sí convulsos años 70 del pasado siglo, para retratar sin misericordia las cloacas de la decadente sociedad occidental internacional le valió para convertirse en un imprescindible clásico de culto y para arrasar en los premios de la Academia con ocho candidaturas de las que cinco se convirtieron en premios, incluyendo algunas de las más importantes: película, director, guión – el de Ernest Tidyman, que transformó magistralmente la novela en que se basa, que a su vez se hacía eco de hechos reales, en un texto más que apropiado para la gran pantalla, actor protagonista: el gran Gene Hackman y montaje. Gracias, por supuesto, a esa persecución tan vigorosa que todavía no ha sido superada.
Todos al servicio de la historia de dos correosos policías neoyorquinos con buen olfato y malas formas en su intento de atrapar a un refinado contrabandista francés con poderosas conexiones a ambos lados del Atlántico. Hackman y Roy Scheider, también nominado como secundario, dan vida a Jimmy “Popeye” Doyle y Buddy “Cloudy” Russo, agente de vuelta de todo que se convierten en perros de presa en cuanto olfatean la pista del crimen.
Curtidos, llenos de manías y rencillas, con modos de pareja añeja que no les despistan a la hora de apoyarse mutuamente mientras reparten estopa por las calles de Nueva York. Es en ellas donde se produce la reputadísima persecución en coche, rodada sin los permisos necesarios en algunos lugares donde no estaba previsto, buscando un realismo perfectamente conseguido, y donde hubo que evitar, por tanto, choques de verdad que, al final, fueron inevitables y que las compañías de seguros se negaron a sufragar.
Según William Friedkin, la película nació influenciada por dos de los grandes: Howard Hawks, con cuya hija estaba viviendo, y el maestro del thriller político, el griego Costa-Gavras.
Friedkin procedía de la televisión y, pese a su talento, no tuvo ocasión de revalidar su valía muchas veces más. Dicen que porque era soberbio y exigente; un auténtico diablo. Quién sabe. Aquí brilló por su visceral forma de rodar una trama enraizada en lo más oscuro mostrada gracias a un vigoroso montaje y de extraer grandes trabajos a sus protagonistas.
Para el papel central, Friedkin abogaba por Paul Newman o Steve McQueen, pero los salarios de ambos se salían por mucho del presupuesto y McQueen ni siquiera tenía interés en hacer otra policíaca después de ‘Bullit’.
El siempre interesante Gene Hackman. Un tipo muy alejado del prototipo de estrella de Hollywood, que se hizo un lugar a tiros cuando ya no era un jovencito y se mantuvo 40 años sin moverse de allí. Es cierto que, al poco, ya tenía un primer Óscar en la mano, con conexión francesa, pero si le hacemos la lista nos salen por lo menos otras 3 obras maestras. Una con mucho movimiento, otra con la muerte escondida tras unos titulares y una tercera con espuelas, gatillo fácil y brillante insignia que le procuró una nueva estatuilla. Se jubiló cansado de que le encasillaran en papeles de villano porque lo suyo siempre fue transfigurarse a gusto del consumidor. Por eso es generalmente tan peligroso; porque se confunde con el fondo y ataca cuando menos se espera.
Scheider, por parte, prestó su viril elegancia a un puñado de grandes títulos escritos en letras grandes en la historia del cine, pero su enfrentamiento con aquel “Tiburón” que tenía más vidas que un gato fue épico. E inolvidable.
Nuestro Fernando Rey, en realidad, llegó a ésta película que le permitió conseguir una carrera internacional muy sólida, por error. El director pidió que le trajeran a ese actor tan bronco que había visto en Belle de Jour, de Buñuel. O sea, a Paco Rabal. El director de casting se equivocó y contacto con ese actor tan elegante que salía en Tristana, también de Buñuel. Cuando Rey llegó al hotel, a Friedkin casi le da algo y de dispuso a devolverlo a España, pero no lo hizo en cuanto se enteró de que Rabal no hablaba una palabra de inglés.
Obviamente, al día siguiente, Paco Rabal comenzó a estudiar idiomas, lo que le fue de maravilla.
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