Vídeo: Archivo | Foto:Telemadrid
(Actualizado

Esta es la película en la que el viento del metro le levanta las faldas a Marilyn o lo que es lo mismo: “La tentación vive arriba”.

Billy Wilder, el director más prestigioso y Marilyn Monroe taquillera como ella sola, unieron fuerzas en 1955 para crear a cuatro manos un clásico de los grandes en el ámbito de la comedia. En el filme, titulado en Sudamérica, “la picazón de los siete años” cuenta la historia de un tipo que lleva casado ese tiempo, que se queda de Rodríguez trabajando en Agosto y se le cruza la infidelidad entre ceja y ceja incluso desde antes de conocer a su vecina de arriba absolutamente despampanante. Cuando le echó la vista encima ya no le quedó la menor duda.

No hay muchas películas que puedan presumir de incluir una imagen de leyenda. “La tentación vive arriba”, título más que apropiado para esta deliciosa comedia sexual, mucho mejor en castellano que en el original esta vez, la tiene y rezuma tanto encanto que no podríamos imaginar el cine clásico de Hollywood sin ella. Pero además, independientemente de que paró literalmente el tráfico de la neoyorquina Avenida Lexington y que puso a la relación de Marilyn Monroe con el deportista Joe Di Maggio, tras un matrimonio de apenas 9 meses, tras un tremendo ataque de celos, ese momento resume la ingenua seducción del personaje que borda la actriz.

La de objeto de deseo de un simplón empleado de una editorial en plena crisis de los 40, que trata de superar imaginando un affaire con su vecina de arriba, mientras trabaja en verano abandonado por su familia que se lo pasa en grande en la playa. La que le tira macetas y tiene la ropa interior en el frigorífico para que le dé fresquito ponérsela en ese agosto sofocante para el que busca refugio bajo el aire acondicionado del piso de su aturullado vecino.

Tom Ewell, que ya había interpretado a un marido bien golfo en “La costilla de Adán”, y 730 veces el mismo personaje que en la de esta noche en los escenarios neoyorquinos, ganando un Tony por ello, tuvo la suerte de poder repetir su personaje ante las cámaras – algo bastante inhabitual -, ganándole la partida a Walter Mathau, descubierto por del director, pero desconocido entonces. Wilder, uno de los más personales de la historia del cine de siempre estaba en su mejor momento creativo.

Volviendo a la película que nos ocupa y a la famosa escena. Hubo que filmarla dos veces, porque la primera, la que se rodó en las calles de Nueva York, no se pudo usar porque era tal el escándalo de los fans, jaleándola y silbándola que la banda de sonido quedó saturada y hubo que repetir en el plató de la Fox, mucho más tranquilito. Con todo y con eso, y más conociendo a Marilyn, hicieron falta más de 40 tomas.

Para que luego, como ocurrió con muchos de los diálogos de la obra original, casi toso ese metraje fuese censurado. Se dice que ya en aquellos días la actriz comenzaba a dar muestras de una inestabilidad que la llevaría a abandonar el mundo de mala manera tan solo seis años después. Sus retrasos y problemas de memoria aumentaron en mucho el presupuesto inicial, pero, como se llegaron a recaudar más de doce millones de dólares de los de entonces, nadie chistó. En el apartado de premios, Monroe fue candidata al Bafta y Tom Ewell ganó el Globo de Oro. Como es irrepetible, la versión que se quiso hacer en los noventa con Al Pacino y Melanie Griffith nunca se llevó a cabo. Menos mal.

Algo le debía gustar muy y mucho a Billy Wilder de Marilyn Monroe porque juró dos veces que jamás volvería a contratarla por esos incidentes de rodaje a los que nos referíamos, pero incumplió o tuvo la intención en dos ocasiones. La primera, cuatro años después cuando le ofreció el papel de Sugar Kane en “Con faldas y a lo loco” viviendo un infierno ya que la citaba a las 9 de la mañana y aparecía en el plató a las 5 de la tarde y en el que para decir esta frase (Soy Sugar) necesitó 47 tomas y se la tuvieron que escribir en una pizarra, y la segunda – después de meses sin hablarse - para que diese vida a Irma, la dulce, pero falleció antes.

Quizá Wilder admiraba a Monroe o quizá tan sólo le cuadraba las cuentas.