Vídeo: Juan Luis Álvarez | Foto:Telemadrid
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Seis años después de que Gilda se quitará el guante para desazón de Johnny Farrell, los estudios Columbia lograron reunir a la pareja de nuevo en un lugar tan exótico como la antigua colonia británica, con una trama de venta de secretos de guerra como trasfondo y otra policíaca y con unos cuántos asesinatos de por medio en primer término. Vincent Sherman logró arrancarles cada ápice de encanto a la pareja formada por Rita Hayworth y Glenn Ford. Uno y otra ardiendo de pasión como tienen por costumbre.

La dama de Trinidad”, el título elegido para la vuelta al cine de la esplendorosa Rita Hayworth tras unas largas vacaciones para atender a las cosas del querer es claramente deudora de dos grandes títulos de la historia del cine negro: “Gilda”, con la que comparte estilo y protagonistas y “Encadenados” con la que le une el parentesco de una conspiraciones internacional con perversos espías de por medio. Que algo huele a podrido en Puerto España, capital de la colonia británica del título, no se le escapa a Steve Emery desde que pone en sus caribeños pavimento los pies y descubre que su hermano, que le escribió para ofrecerle un trabajo, resulta que se ha suicidado de la noche al día.

Y que su cuñada Chris, sincopada cantante de “night club” que hace suyos con intensa y seductora facilidad los ritmos caribeños, anda en compañías un tanto inquietantes; hasta el punto de que hay quien piensa que fueron los que quitaron a su esposo de en medio. Pronto se descubrirá que, como el género al que pertenece impone, nada ni nadie es lo que parece. Solo hay una verdad absolutamente incuestionable: Sólo la Hayworth podría haber insuflado esa sensualidad y esa energía a aquella dama de Trinidad…

EL PERFIL: RITA HAYWORTH

Nunca hubo una mujer como Gilda. Fue el slogan publicitario más certero del Hollywood dorado, seguramente porque decía la verdad. Y es que nunca hubo una mujer como Rita, aunque ella nunca se diera cuenta del todo. Cuando era adolescente no se veía así. Tenía sobrepeso, la frente nada despejada y su padre le ahuyentaba los novios porque la quería sólo para él. Bailaban juntos por clubes y salas de fiestas con tanto éxito que acabaron descubriéndola en Hollywood donde la pusieron a dieta y le atrasaron el nacimiento del pelo con dolorosos tratamientos. Cuando Rita se convirtió en Gilda tenía 27 años y mucho recorrido. Por eso bordó el papel de su vida. Ninguna actriz, salvo quizá la Bacall en la escena de las cerillas, fue presentada en una película con un plano tan espectacular como éste.

Aquella aventurera de tristes días y aquel jugador de segunda con la amargura en el rostro entraron en la leyenda de la mano; la de ella enguantada hasta que dejó de estarlo con desastrosas consecuencias. Y, sin esperarlo la mujer se hizo mito y los hombres se enamoraban de Gilda pero, a la mañana siguiente, se despertaban con Margarita Cansino.

Ni siquiera el gran Orson Welles, su marido entonces, puso sustraerse del brillo de la estrella, hasta el punto de que, al borde la ruptura decidió romper a la muñeca; cortarle la melena, teñirla de rubio y convertirla en manipuladora y asesina. Fue una venganza que le salió mal, porque generó un clásico incuestionable del cine negro. Para cuando se estrenó ya andaba rondando a la dama el Príncipe Ali Khan, ese play boy multimillonario, cruel y de físico vulgar que vestía traje de diplomático ante las Naciones Unidas. Y la Hayworth se puso el mundo por montera, se casó con él y abandonó el cine durante un tiempo, tras la estupenda “Los amores de Carmen”. Tres años después, harta de soportar sus humillaciones y sus amenazas de destrozarle la vida, volvió a casa donde sus jefes de los estudios Columbia se estaban frotando las manos con la posibilidad de verla reverdecer laureles al lado de su buen amigo Glenn Ford. Y todo fue igual, pero nada lo mismo.

Rita nunca pudo sobrellevar el peso del mito y tras varios matrimonios fracasados y algunas depresiones, cayo presa del Alzheimer a los 40 y pocos, mientras la prensa más torpe se frotaba las manos aireando con saña su alcoholismo y contemplando con deleite al ídolo caído, mientras Glenn Ford la defendía a capa y espada.

Él tampoco llegaría nunca a las alturas que conoció trabajando a su lado, pero gracias a algunos westerns inolvidables y, sobre todo, a aquellos sucios policiacos que filmó junto a Gloria Grahame a las órdenes de Fritz Lang, tiene hueco reservado entre los grandes.

Vincent Sherman, hacedor de enormes éxitos para las más grandes, o sea la Davis y la Crawford, consiguió un enorme impacto en taquilla, Jean Louis una nueva candidatura al Óscar al mejor vestuario y Rita un nuevo disgusto. Pese a que se preparó hasta la extenuación, de nuevo volvieron a doblar su voz en las canciones, pese a que tenía condiciones para interpretarlas de sobra que tampoco se necesitaba ser la Streisand para atacarlas con precisión. Nadie tuvo que hacer lo mismo con las Andrews Sisters y su “Ron con Coca Cola”. Una canción picarona que contaba como una madre y una hija ofrecían sus atenciones a los soldados americanos en busca del yanqui dólar…

Esta película tiene una curiosidad extra cinematográfica que debe ser comentada. En 1962, diez años después de su estreno, cuando se produjo la crisis de los misiles cubanos, se escribieron artículos y hubo voces que pregonaron lo mucho que todo aquello se parecía a lo que cuenta “La dama de Trinidad”; tal es su alcance. No me queda más remedio por tanto que despedirme con esa frase tan manida. “La realidad siempre supera la ficción”.