"La mujer del obispo", una comedia deliciosa
¿Queréis ver a Cary Grant convertido en un ángel? El director Henry Koster se empeñó y lo consiguió en 1947.
“La mujer del obispo” es una comedia deliciosa en la que un predicador en horas bajas, que ve que los feligreses se le escapan por las esquinas, le pide ayuda a los cielos. Y le llega, pero no como hubiera esperado. Hasta llegará a tener celos del apuesto enviado que parece llevarse con su señora de maravilla. Ella es Loretta Young, el religioso David Niven y el incordio tiene un famosísimo hoyuelo que le parte la barbilla.
5 candidaturas a los premios Oscar de 1947, incluidas las correspondientes a mejor película y mejor director y una estatuilla al mejor sonido consiguió esta simpática, pero inteligente película de ambiente navideño, con un toque picarón y lección de vida todavía vigente. “La mujer del obispo”, protestante por supuesto, tiene un pie en aquellas deliciosas comedias costumbristas de curas y monjas que convirtieron a Bing Crosby en el rey de la taquilla y el otro en una de las mejores, si no la mejor, de la filmografía del gran Frank Capra, al que Robert Sherwood, el guionista de Rebeca y Los mejores años de nuestra vida le pidió prestada la premisa del ángel que en caso de necesidad se hace presente y que sea lo que dios quiera. En este caso, es invocado por un predicador en apuros, empeñado en construir una nueva catedral contra viento y marea y que tiene malamente desatendida a la familia por esa razón. Pero unas cosas llevan a otras y, no es que vayamos a decir que el ser espiritual enviado por los cielos no cumpla con su cometido, pero también hay que señalar que las cosas se le van a enredar más de lo que esperaba. O las enreda él solito más bien. Gracias a su proximidad, hay trabajos antipáticos que se hacen solos, copas de nunca acabar y tardes de patinaje que, como aquellas, deberían durar toda la vida.
Henry Koster, director que tuvo que huir de la Alemania nazi cuando abofeteó a un empleado de banca que se negaba a entregarle su dinero por ser judío, siempre fue un tipo de elegantes puestas en escena, ya fuera en musicales y comedias o cuando le correspondían retos como lo fue llevar a cabo la que fuera la primera película en Cinemascope, con lo que suponía disponerlo todo para una pantalla mucho más alargada que de costumbre. Aquí también le correspondió arreglar un desaguisado. El director William Seiter fue despedido por desavenencias con el productor Samuel Goldwyn y cuando llegó para sustituirle lo primero que hizo fue que Cary Grant y David Niven se intercambiaran los papeles, con muy buen ojo y eso que a Grant no le hizo ninguna gracia que el personaje que interpretaba no se mencionara en el título del filme, a lo que, entonces, se le dan mucha importancia.
Viendo como Cary Grant interpreta al ángel más descarado y hasta ligón, se podría decir, de la edad de oro del cine, está permitido preguntarse qué no hizo este señor en su carrera que no estuviera coreografiado a la perfección, sobre todo cuando nos referimos al ámbito de la comedia.
David Niven, británico hasta la médula, procedente de una aristocrática familia de tradición castrense, tras coquetear con el periodismo desembarcó en Hollywood por casualidad y sin vocación, pero su porte y elegancia le abrieron las puertas del lugar y rápidamente se vio vistiendo el uniforme que tanto les hubiera gustado a sus padres que hubiera elegido. La legendaria “Cumbres borrascosas”, “El prisionero de Zenda” o “La carga de la brigada ligera” fijaron su imagen cinematográfica y le convirtieron en una estrella con poca competencia. Y los tabloides hicieron lo demás, ponderando su carisma de seductor, de lo que podrían haber dado fe Marilyn o Grace Kelly entre otras y que tantos problemas le traería en sus matrimonios, y su apasionamiento por la buena vida. Por eso la industria se quedó de piedra cuando interrumpió su carrera en lo más alto para trasladarse al frente en la Segunda Guerra Mundial, donde llegó a conseguir el rango de teniente coronel. Tras seis años de parón, cuando pensaba que nadie se acordaría de él, le llegaron las mejores oportunidades ya fuera en sofisticadas comedias en compañía de las mejores damas del género o en dramas de alcance.
Su interpretación de un militar avergonzado por su pasado en “Mesas separadas” le valió el Óscar y el encanto que le imprimió a su atildado, pero osado Philleas Fogg convirtió “La vuelta al mundo en 80 días” en un clásico coleccionista de premios. La madurez le llegó luchando en Navarone, siguiéndole la pista a la diamantina pantera rosa y arriesgando el tipo en alguna producción de dudoso fuste. Filmando bajo cero “Cadenas de libertad” descubrió que no sentía “aquella parte de su cuerpo que ha de estar más caliente”, según cita textual de sus memorias. Y efectivamente, se le había congelado. Rápidamente introdujo el imprescindible apéndice en un recipiente con bourbon mientras le conducían al hospital y con ello logró que aquello volviera a su ser. Falleció en 1983 dejando el legado de una estrella con auténtica personalidad.
Loretta Young es una actriz poco recordada, quizá porque se retiró del cine muy joven, pasando a la televisión donde mantuvo en antena su propio show durante casi quince años. Lo hizo justo después de ganar su único Oscar por interpretar a la hija de un granjero de origen sueco que, a base de tesón, consigue llegar a ser congresista. Tiene página aparte en las páginas de cotilleos de la época, porque, pese a ser estrictamente católica y presumir de su moralidad, se fue a rodar una película con Clark Gable, que estaba casado, en medio de unos paisajes nevados y claro, como hacía frío por las noches, volvió embarazada. Para que el traspié no perjudicara las carreras de ambos, ocultó el embarazo y dejó a la niña en un orfanato, donde la recogió meses después explicando a la prensa que había decidió adoptar a aquella niñita que no tenía ni papá ni mamá. Tanta intriga sirvió de poco porque en cuanto los periodistas le vieron a la niña las orejas supieron que el padre era Gable. Era su viva imagen. Se las operaron después, pero ya lo sabía todo el mundo, aunque no se pudiera comentar ni publicar.
Secundarios de oro como la adinerada Gladys Cooper, la nada servil Elsa Lanchester o el profesor Monty Wooley, que abandonó la docencia por las tablas, ayudaron al enorme éxito internacional de la película, que con su sutil sentido del humor y sus artesanales efectos especiales, tiene lugar propio entre las favoritas de la reina Isabel de Inglaterra, que asistió, siendo una joven princesa a su estreno londinense, como hace la realeza de aquel país una sola vez al año.
Y pasaron cinco décadas y a alguien se le ocurrió que una nueva versión de ésta historia podría ser un vehículo perfecto para que Whitney Houston mantuviera su estatus de estrella cinematográfica después del enorme éxito de “El guardaespaldas”. Con Denzel Washington en el papel del ángel y toque navideño, no llegó a las alturas de aquella – era imposible -, pero tiene algunos momentos extraordinarios. Sobre todo, aquellos en los que aquella voz absolutamente prodigiosa se hacía notar.
Os dejamos en manos de estos comediantes natos, capaces de garantizaros la velada perfecta. Aprovechaos, sin ninguna duda.
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