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El director Franklin L. Shaffner, el de “Papillon”, inició en 1968 una saga legendaria: La del planeta de los simios.

En aquella década prodigiosa para la ciencia ficción, la de los sesenta, narra la historia del hosco Coronel Taylor que, cuando se estrella su nave espacial en un planeta desconocido al que llegó viajando a la velocidad de la luz, sus problemas no han hecho más que empezar. Allí los humanos no han evolucionado apenas y son esclavizados por monos inteligentes perfectamente organizados que se las van a hacer pasar de película. El título, como el de la novela de Pierre Boulle en que se basa, lo dice todo. Jamás Charlton Heston tuvo un papel mejor para lucirse en todos los sentidos.

Fue el empeño de Arthur Jacobs, ex publicista de Marilyn Monroe con la ambición de convertirse en productor, el que consiguió que, por primera vez en la historia una de ciencia ficción se convirtiera en un fenómeno de masas y en un icono de la cultura popular, capaz de hacer reflexionar, en pleno apogeo del conflicto de Vietnam sobre las consecuencias de la guerra y la deriva de una sociedad sin aparente esperanza. Con la base de la novela de Pierre Boulle, el de El puente sobre el río Kwai en una brazo y una dossier lleno de detallados dibujos sobre cómo sería la imagen del filme fue como la falsa moneda de estudio en estudio hasta que convenció a los directivos de la Fox de que aquello podría ser lo nunca visto. Así fue. Por aquel entonces ya contaba con Charlton Heston y Edward G. Robinson como cabeceras de cartel, tan entusiasmados con la película que se avinieron a realizar una prueba de cámara que demostrara que el aspecto de los simios no sería ridículo.

Se le encargó a John Chambers, experto en prótesis y creador de las orejas picudas de la saga Star Trek, que logró dar absoluta credibilidad a la expresión de los monos gracias a éstas y a un detallista maquillaje para 200 personas que costó un millón de dólares y que resultó tan complicado que Robinson con 75 años cumplidos abandonó la película sintiéndose incapaz de soportar las horas de preparación diaria y las condiciones de rodaje en el desierto de a casi 50 grados y en lugares donde sólo se podía acceder a lomos de mulas o en helicóptero. Fue definitivo cuando se enteró de que tendría que comer con aquello puesto y a poder ser sólo líquidos con una pajita. A los que no lo hacían así se les descolgaba el postizo de la mandíbula y acababan con el hueco lleno de restos de comida.

Heston, que acababa de filmar con él El señor de la guerra, recomendó al casi novato Franklin Shaffner como director, que manejó el complicado rodaje con mano firme y le dio a la película una personalidad única. Poco después ganaría el Óscar por Patton. Shaffner le arrancó a la estrella el que es su segundo mejor trabajo tras el que realizó algunos años antes, con Orson Welles a los mandos.

Kim Hunter, la célebre Estela a la que un Brando el celo le gritaba desesperado su pasión y Roddy McDowell, el niño prodigio más inteligente que jamás cruzó una pantalla durante el cine clásico, se escondieron tras aquellas máscaras aparentemente inexpugnables para dar vida a una pareja de chimpancés científicos, a los que les puede la curiosidad, y fueron testigos de la montaña de dinero que acumuló el filme en todo el mundo y de los premios que le llovieron, incluidas dos candidaturas al Oscar: mejor vestuario y mejor música. Sin duda, se merecía mucho más.

La película ganó un premio honorífico por la calidad del maquillaje (en 1969 no existía esta categoría en los premios Óscar) que había supuesto el 17 % del total del presupuesto y desde luego el esfuerzo tuvo su compensación. Se logró que las expresiones faciales de los simios fueran perfectamente elocuentes. Según explicó Roddy McDowell, los actores lo consiguieron exagerando extraordinariamente los gestos tras la gruesa capa de maquillaje que llevaban.