Una película sobre las cosas del querer tan enrevesada como la más compleja intriga del cine negro
Llevaba ya casi una decena de películas dirigidas, casi todas musicales en las que había intervenido él mismo, cuando al actor y bailarín Gene Kelly le encargaron hacerse cargo de Mi marido se divierte, una comedia romántica procedente de los escenarios de Nueva York, a mayor gloria de la muy taquillera Doris Day. En ella encarna a una esposa deseosa de adoptar una criatura, ilusionando también a su marido, encarnado por Richard Widmark, harto de estar encasillado en papeles de villano. Claro que no se imaginaba él que estas películas sobre las cosas del querer pueden ser tan enrevesadas como la más compleja intriga del cine negro. Es un decir.
Amigas y amigos, éstas son las piezas maestras de nuestro divertido rompecabezas para darle a la noche un toque de relax. Una simpática y enamorada esposa con ganas de ser mamá y tendencia a llevar una mosca detrás de la oreja. Un agradable y algo agobiado marido con ganas de ser papá y tendencia a permitir que su mejor amigo le proponga planes que no le harán más agradable pero quizá algo menos agobiado.
Una empleada de una agencia de adopciones muchos más voluptuosa de lo que le confesaría y un mar de confusiones y malentendidos que van a acabar poniendo en jaque a los cuatro ante los ojos de la vecina más caustica que pueda imaginarse. Habrá extrañas citas, notas inexplicables, parecidos digamos que razonables y mucha picardía para lo que se llevaba por estos mundos a finales de los cincuenta. De hecho, esta comedia de errores y enredos venía de echarle un pulso en la taquilla de los teatros neoyorquinos a otra de tentaciones de altos vuelos.
Mi marido se divierte o The tunnel of love, como fue originalmente bautizado el filme y la canción que se le solicitó a la actriz que incluyera en él, llegó en un momento de cambios para todos los que en ella participaron. De cambios elegidos. Gene Kelly, a los 46 años quizá ya no clavaba las piruetas como el mejor en su trabajo, pero, además de bailarín, actor y coreógrafo, a menudo se olvida que dirigió algunos de los musicales más aclamados, pero sobre todo más queridos del Hollywood dorado, y en concreto uno de los más valiosos, más aun por desconocido: Imitación a la danza. Para demostrar que lo de dirigir se lo tomaba en serio no quiso interpretar el papel protagonista de la de esta noche que le iba como guante y le pasó los trastos de matar a otro que también estaba deseando que alguien le cambiase el tercio.
Richard Widmark había sido hasta entonces la maldad encarnada su mirada perversa se escondió durante años en cada esquina traicionera, en cada recoveco donde se pueda tender una emboscada y bajo cada farola de luz casi acabada golpeada por la lluvia en grandes clásicos del cine negro de espectacular recuerdo, destacando dos: El beso de la muerte que lo dio a conocer y Noche en la ciudad. Pero también fue pistolero de piel de serpiente en westerns inolvidables con los mejores compañeros de viaje posible.
En los cincuenta quiso buscar nuevos caminos, desde el melodrama romántico – estuvo muy convincente enredado en La tela de araña, por ejemplo - y en la comedia, aunque al final siempre será recordado por sus viriles aventuras principalmente en la pradera, donde llegó a sentirse cómodo incluso cuando el género empezó a subrayar la violencia que lo caracteriza aunque no se viera en pantalla hasta entrados los 60. Pero al actor de sonrisa de hiena no se le perdonó su pasado perverso así como así y fue objeto de venganza en una de las maquinaciones mejor urdidas por la reina del crimen.
Y eso que Widmark, en la vida real fue uno de los hombres más pacíficos de Hollywood y de los que menos dieron que hablar. Se casó a los 28 años con la escritora Jean Hazlewood y no se separaron hasta la muerte de ella 55 años después.
Y también Doris Day, la única actriz que no se bajaba nunca de la lista de los diez intérpretes más taquilleros andaba buscando el camino para llegar a los títulos más exitosos de su carrera. Y vaya si lo encontró.
Sus inolvidables comedias suavemente sexuales al lado de Rock Hudson o Cary Grant resultaron extraordinariamente taquilleras y en ellas definió su imagen cinematográfica definitiva: la de una dama de cierta edad, ingenua y casi virginal a pesar de ello, con un carácter y marcada por modelitos increíbles, tocados de pesadilla y peinado imperturbable cincelado a golpe de litros de laca. El matrimonio ganó una auténtica fortuna en aquellos años 60. Cuando el inevitable declive llegó, de tanto repetir la fórmula, quedó viuda y no tardó en descubrir que las cuentas estaban limpias y había proyectos firmados que la hipotecaban durante años. Cuando los terminó se acabó lo que se daba y desde entonces vivió semi recluida en su mansión rodeada de perros y gatos de su confianza.
La bella Gia Scala – que murió asesinada en circunstancias aún no esclarecidas unos años después y la siempre chispeante Elizabeth Fraser fueron sus cómplices femeninas en la comedia que os ofrecemos a continuación.
Pues en 1958 el siempre aparentemente con dos copas Gig Young, estaba perfeccionado su rol secundario típico de buen amigo del protagonista y que poco después haría tremendamente popular en títulos como Suave como visón. Es una pena que ese tono ligeramente achispado de sus intervenciones no fuera ni fingido ni ligero, lo que tuvo graves consecuencias para su vida. Antes de finalizarla por su propia mano, ganó un merecido Oscar como el animador de un concurso para auténticos desesperados. Y estuvo brillante.
Disfrutémosle en su mejor momento, formando parte de un trío que, como el marido del título, solo pretende que nos lo pasemos lo mejor posibles.