Los colegios rurales madrileños, una familia educativa que ofrece formación a 1.800 alumnos
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Celebramos la semana de la educación conociendo la realidad de los colegios rurales madrileños. En la Comunidad hay ocho centros rurales agrupados que dan servicio a 1.800 alumnos de 312 municipios diferentes. El trabajo de los docentes rurales es fundamental en estas poblaciones.
La singularidad de estos colegios es que tienen repartidas sus aulas en diferentes poblaciones: “Es un colegio que en vez de tener pasillos tienen carreteras”, explica en Madrid Directo Esmeralda García, directora colegio rural agrupado de Lozoya.
Este centro tiene sus aulas repartidas entre las localidades de Lozoya, Garganta de los Montes y Canencia, pero comparten material y propuestas educativas comunes: “El objetivo es que todos se sientan en un mismo cole”, asegura Esmeralda.
En las aulas de los CRA comparten espacio alumnos de distintos niveles, algo que genera ciertas dificultades pero muchos más beneficios, explica la directora: “La balanza va a favor porque favorece la autonomía del alumnado”, asegura.
“Al ser grupos reducidos, la atención de los docentes es más individualizada y conocen a los alumnos durante varios curos, lo que favorece las relaciones afectivas y la participación de las familias”, continúa diciendo.
La pandemia del coronavirus ha parado muchas actividades presenciales conjuntas que se realizaban en las aulas y entre los distintos centros.
El CRA de Cabanillas de la Sierra agrupa a los centros de Cabanillas, Navalafuente y Valdemanco. Su director, Alberto Gutiérrez, destaca la cercanía con los alumnos y las familias, como uno de los principales beneficios de los colegios rurales.
“Evitamos que los niños de estas poblaciones pequeñas tengan que desplazarse para recibir su educación, lo que favorece esa cercanía de pueblo que todos valoramos… Al final es como una familia”, asegura el director.
El Colegio los Olivos, por su parte, da formación a niños y niñas de Valdaracete, Valdelaguna, Villamanrique de Tajo y Brea de Tajo. Su director César San Miguel, explica en Madrid Directo las principales dificultades a las que se enfrentan este tipo de centros: la concentración de alumnos de diferentes cursos y los desplazamientos.
“Trabajar con diferentes niveles es un reto, pero se compensa al ser pocos alumnos”, explica el director. Por otro lado, los desplazamientos se complican en las zonas rurales: “Para quienes somos itinerantes, hacemos muchos kilómetros y a veces las carreteras no están en las mejores condiciones”, afirma César. “Con filomena fue muy entretenido”, comenta entre risas.
En estas condiciones de aislamiento, las aulas virtuales de educamadrid “nos han dado la vida”, asegura. Además, “los ayuntamientos estaban a nuestra disposición para arreglar cualquier tipo de desperfectos”.
La digitalización de los colegios rurales
Sin duda, uno de los principales retos de los centros educativos es la digitalización, como ha puesto de manifiesto tanto la pandemia como la nevada Filomena.
Esmeralda nos cuenta orgullosa cómo han conseguido que cada alumno tenga su propio equipo informático, que ha hecho posible el desarrollo de las aulas virtuales y al mismo tiempo ha supuesto un esfuerzo de muchas familias que desconocían su funcionamiento.
Alberto ve la digitalización como “una oportunidad para mejorar la coordinación de los docentes, para compartir material y para comunicarnos con las familias. Los profesores nos hemos tenido que poner al día de esa tecnología”, asegura.
En el caso del colegio Los Olivos, partíamos con ventaja, explica su director. El centro lleva un tiempo inmerso en ‘Tecnorurrales’, un proyecto de innovación que ha al colegio de tecnología y de metodología. “Las familias se han tenido que poner las pilas con esta tecnología que permite poner en contacto al colegio con los alumnos”, dice César.
Por encima de todo, la vocación
Los tres coinciden en que la vocación es el punto de partida para todo centro educativo, especialmente estos colegios rurales que favorece unos vínculos especiales entre alumnos, profesores y familias.
“Es una terapia cuando estás con los niños”, dice Esmeralda, destacando esa cercanía de la docencia en los CRA.
“La vocación es un punto de partida necesario, pero no es lo único”, añade Alberto. “Además tenemos que dotar de recursos a los centros y formarnos constantemente para reinventarnos y trabajar de manera competente”, asegura.
Para César es imprescindible la vocación: “Nuestro colegio es el que es gracias a los trabajadores que tenemos. Exige mucho trabajo y si no hay vocación es imposible”.
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