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Ignacio, Reyes y Javier son la tercera generación de la Antigua Relojería de calle de la Sal, un negocio con más de un siglo siendo testigo del paso del tiempo en Madrid. A escasos metros de la Plaza Mayor, se ha convertido en todo un icono atemporal de la capital.

Fue en al año 1880 cuando Don Inocencio López fundó la Antigua Relojería, primero en la calle de las Fuentes y muy poco tiempo después en la calle de la Sal. Y sí, ya se llamaba así pese a ser nueva. En aquellos años, se vendían todo tipo de relojes excepto de pulsera, que no aparecieron hasta la Primera Guerra Mundial.

Tras la Guerra Civil, con el local muy afectado por la contienda, Don Inocencio decide que, tras 60 años tras el mostrador, es hora de descansar y habla de su situación con su amigo Genaro García, un muy buen amigo suyo y abuelo de Ignacio, que le compró el negocio.

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Nada más cruzar las puertas de la Antigua Relojería, llama la atención un mosaico en el suelo del establecimiento. "Mi abuelo hizo este suelo en 1955. Hicieron un campanario de un sitio de Suiza y le gustó como la primera imagen de la Antigua Relojería para todos nuestros papeles, sobres, tarjetas, sellos, hasta que llegó el relojero de la calle de la Sal. En ese momento, cambió de protagonista".

De esta manera, el relojero de la Antigua Relojería nace como símbolo de trabajo, del paso del tiempo y del amor por la ciudad. Desde entonces y hasta día de hoy, este autómata recibe y saluda cariñosamente a cada viandante.

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En el taller, Fernando y Jesús se encargan de hacer reparaciones y restauraciones a relojes de todo tipo, tanto actuales como antiguos. A lo largo de una jornada, pueden llegar a trabajar hasta con unas 60 piezas. El tictac de un Madrid que nunca duerme.