María Hermosell lleva toda la vida trabajando junto a la sexta generación de La Pajarita, la clásica bombonería madrileñas que nació en la Puerta del Sol en 1852 y que es famosa por fabricar los auténticos caramelos de violetas.
Don Vicente, cabeza de la familia Aznárez, montó ese año un despacho de cafés, chocolates y caramelos, un lugar sin nombre propio hasta que Miguel de Unamuno, que hacía papiroflexia con los azucarillos del local, hizo una pajarita que sirvió de bautizo.
De entre todos los productos fabricados adquieren un protagonismo particular sus caramelos clásicos de 12 sabores, en la actualidad 17, de los que destacan por lo original el caramelo de violeta y el de rosa. Don Vicente creó un molde específico para estos dos caramelos con la forma de la flor de la cual se extraen sus respectivas esencias: violeta y rosa.
Los madrileños no tardaron en mostrar su preferencia por la violeta que con el tiempo se ha convertido en un símbolo icónico de los caramelos típicos de Madrid. "Actualmente es la sexta generación en la misma familia, manteniendo las mismas recetas y el mismo espíritu".
Nació en la Puerta del Sol, en 1969 abrió una segunda tienda en la calle Villanueva y todo permanece como entonces. "Hemos querido mantener todo lo que es el mobiliario del siglo XIX, todas las estanterías, todo, hasta la máquina de escribir".
De hecho, son de los pocos establecimientos que pueden presumir de tener dos canciones dedicadas a ellos, una zarzuela y una polca. Aquí también el ratoncito Pérez tiene su propia puerta de acceso directo a la tienda y así llevar regalos a los más pequeños de la casa cuando se les caen los dientes.
La receta de sus caramelos de violetas se guarda bajo secreto industrial. Sin ir más lejos, la tienen en una caja fuerte a buen recaudo. "Es imposible que nos copien ese sabor de las violetas y solamente tienen acceso a él la familia Aznárez".
Una elaboración artesanal en las mismas máquinas de antaño. "Lo único que hemos cambiado es que, por ejemplo, aunque la maquinaria es la misma, la hemos puesto motor, ya no va a manivela". Así como su envoltorio, que antiguamente se envolvía en el Convento de Loeches.