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Goya vio su cuadro antes de ser pintado desde la ventana de su habitación, con un catalejo en la mano izquierda y un trabuco en la derecha, por si venían los franceses, así lo narró Isidro, su criado, que como otros muchos, nunca olvidaría esa noche.

Hasta la montaña de Príncipe Pío una noche de mayo, trajeron a 42 madrileños, que horas antes se habían alzado contra los franceses, todos elegidos mediante sorteo. Todos menos uno, Francisco Gallego Dávila, natural de Valdemoro y capellán en el Convento de la Encarnación, el hombre que aparece de rodillas en primer plano.

Con la frase "El que hace mal que espere otro tal" fue sentenciado por el sanguinario comandante Murat, cuñado de Napoleón.

Sin embargo, el personaje más llamativo del cuadro es el hombre que aparece con los brazos en cruz, emulando a Cristo, vestido de amarillo y blanco, colores de la heráldica papal. Su posición inspiró un símbolo y un movimiento, el de la paz.

Pasaron 6 años hasta poder llegar a esa paz y que esta obra se convirtiese en lo que es a día de hoy, un icono del Museo del Prado y de todos los madrileños.