Vídeo: EFE | Foto:Telemadrid
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El veterano diestro valenciano Enrique Ponce logró este sábado su quinta salida a hombros de Las Ventas, un premio generoso y barato a tenor de lo que realizó ante el cuarto toro de la tarde de su despedida del ruedo madrileño, en la que también obtuvo un trofeo, de mucho más peso, el confirmante Samuel Navalón.

Esa salida por la Puerta Grande de una plaza en la que Ponce se presentó como novillero hace treinta y seis años, más que responder a una faena de escaso contenido, podría considerarse mejor como un reconocimiento final a su dilatado paso por una plaza que, tal vez así, compensó con amabilidad la acritud que le mostró en otras muchas ocasiones.

El caso es que, una vez que el presidente, aferrándose a la letra del reglamento, se negara a devolver a los corrales al primero de su lote cuando se partió el pitón izquierdo en el tercio de varas, al torero de Chiva solo le quedó el recurso del quinto, un colorado cinqueño de serias y buenas hechuras que ya de salida apunto cierta clase pero también escaso gas.

Enrique Ponce dice adiós a los ruedos este sábado en Las Ventas

Así que, después de brindar al público, Ponce se extendió en un trasteo inconexo, de inicio con muletazos sueltos y cambios de mano de cierto empaque, pero sin acabar de encontrar la fórmula para extender y ligar las apagadas embestidas del de Juan Pedro Domecq, intentando envolver su quehacer con una actitud de parsimonioso "magisterio".

Pero sin lograr concretar una sola tanda, con poco ajuste y desigual limpieza, acabó recurriendo a sus famosas "poncinas", un muletazo ayudado y redondeado por las afueras con la rodilla flexionada, que llamó la atención del tendido y el toro aguantó mejor, para rematar con el vistoso abaniqueo que aprendió del maestro José Fuentes ya en sus inicios de carrera.

No hubo mucho más que valorar en su trabajo hasta que llegó la estocada definitiva, algo desprendida pero de efectos fulminantes, que decidió al amable y nada exigente público de esta primera de abono a solicitar esas dos orejas, como desmedida recompensa que facilitó que Ponce se fuera definitivamente de Las Ventas a hombros hacia la callé de Alcalá y a los sones de la marcha "Valencia".