El Kremlin ha salido en defensa del presidente ruso, Vladímir Putin, considerado unánimemente por la prensa independiente y la oposición el principal sospechoso del siniestro del avión en el que murió el jefe del grupo de mercenarios Wagner. Sin embargo, una larga lista de opositores a Putin han muerto en los últimos años en circunstancias no del todo claras.
Boris Nemtsov apoyó a Putin en las elecciones de 2000, pero la reducción de las libertades en cuanto este llegó al Kremlin, abrió un abismo entre ellos. En febrero de 2015, el día antes de encabezar una marcha para rechazar la escalada militar en Ucrania, recibió cuatro tiros por la espalda.
Tras abandonar el servicio secreto ruso, Alexander Litvinenko pasó años denunciando que Putin perpetraba asesinatos de adversarios políticos. Murió en noviembre de 2006, envenenado con polonio radioactivo.
Los periodistas críticos caen especialmente mal a Putin. Anna Politkovskaya dedicó una serie de reportajes a denunciar las atrocidades cometidas por el Ejército ruso en Chechenia. En octubre de 2006, su cadáver acribillado apareció en el ascensor de su casa en el centro de Moscú.
Natalia Estemirova, que apoyaba a Politokovskaya en sus investigaciones fue encontrada muerta a tiros tres años después, en un bosque cerca de su casa.
El multimillonario Boris Berezovsky se atrevió a acusar de estafa a Roman Abranovich, otro empresario, íntimo de Putin. Desapareció de la vida pública hasta que en marzo de 2013 apareció muerto en su casa en Berkshire. Aparentemente, se suicidó.
La lista es interminable y las causas de la muerte, variadas, desde caerse por la borda de un barco a precipitarse desde un edificio. Pero todas las víctimas tenían en común que, un día, osaron cuestionar el poder omnímodo de Vladimir Putin.