El diestro sevillano Daniel Luque hizo este jueves en Madrid todo un alarde de autoridad ante dos de los ejemplares de la mansada servida por la divisa de Alcurrucén, pero sin que le fuera reconocido por un presidente que le negó las dos orejas que le hubieran abierto la Puerta Grande de Las Ventas.
El contexto de ese auténtico despliegue de mando y seguridad lidiadora del diestro de Gerena fue especialmente complicado porque, tras el espejismo del miércoles, a la feria volvieron la lluvia, el viento y los mansos, entre un ambiente crispado y las protestas constantes de una plaza definitivamente desorientada.
Tan desorientada como el propio presidente, José Luis González, que desatendió dos fuertes peticiones de oreja después de que Luque se impusiera a sendos ejemplares bajo mínimos de raza, pero a los que hizo seguir los engaños con la misma solvencia, gobierno y quietud que si derrocharan entrega. A su primero, un castaño barrigón y caído de riñones, le abrió la faena llevándole muy largo en unos muletazos de tanteo flexionando la rodilla, después de que Iván García clavara dos soberbios y reunidos pares de banderillas.
Pero, desde entonces, el de Alcurrucén, con el depósito vacío, comenzó a afligirse y a perder celo sin que por ello Luque cediera en su decisión para seguir pasándose por la faja con idéntica plomada sus sosas medias arrancadas, hasta llegar a meterse entre los mismos pitones para adornarse con vibrantes "luquecinas".En cambio, el presidente no atendió a la mayoría, como tampoco lo hizo a la muerte del sexto, al que Luque tumbó sin puntilla de una rotunda estocada que puso el broche de un trabajo de franciscana paciencia y doble mérito: el de meter en el engaño a otro toro negado a emplearse y el de centrar la atención del público entre un guirigay de protestas contra la empresa y gritos etílicos.
Y fue así como una de las actuaciones más redondas de la feria, por actitud y solvencia, se quedó sin una Puerta Grande por la que otros sí que han salido con muchos menos méritos aportados para merecerlo.El peor lote de la completa y burda mansada de Alcurrucén fue para Diego Urdiales, al que esta feria ningún toro le ha regalado ni media docena de embestidas claras.
Paciente y sutil con el desrazado y flojo primero, logró cuajarle, como escasa recompensa, un puñado de mecidos muletazos y una trincherilla deslumbrante, antes de que el locuno sexto, de muy sospechoso comportamiento, terminara de abortar el paso del riojano por San Isidro.
Por su parte, Alejandro Talavante desistió pronto con su encogido primero y, ya bajo el aguacero, le hizo un trasteo destemplado y deslavazado al variopinto quinto, que apenas tuvo medias arrancadas sin ritmo después de un aparatoso inicio con las dos rodillas en tierra que le puso el público de cara al extremeño.