Sin importar el día ni la hora, desde hace medio siglo, la estatua del Oso y el Madroño de la Puerta del Sol vive rodeada por un perenne gentío, formado por turistas que acuden a retratarse cámara en mano y madrileños que utilizan el lugar como punto de encuentro.
Entre el enjambre humano atraído por el monumento, siempre variopinto, uno puede encontrar desde visitantes japonesas a las que les basta con saber que "es famoso" para detenerse a fotografiarlo hasta estudiantes locales que lo toman como referencia "para quedar".
Todos ellos comparten la certeza de estar ante uno de los principales emblemas de la capital, pero pocos conocen la singular historia que carga a sus espaldas esta escultura de bronce, que ha cumplido cincuenta años convertida en una pieza imprescindible del paisaje de Madrid.
En un intento de explicar el porqué de tanta fama, Pedro Montoliú, Cronista Oficial de la Villa desde 1999, afirma que "con la estatua no se está mostrando ningún signo artístico, es el símbolo de nuestra ciudad", y la compara con otros iconos locales como el 'Manneken Pis' de Bruselas o la 'Sirenita' de Copenhague.
El célebre monumento, concebido en 1966, derivó de una idea del alcalde Carlos Arias Navarro consistente en elaborar "pequeñas esculturas del Oso y el Madroño" para regalar a las "personalidades que visitaran la ciudad", relata Luis Pérez, técnico en el departamento de Patrimonio Histórico del Ayuntamiento.
Sin embargo, apunta Montoliú, luego se pensó que "era más lógico entregar esas estatuillas como copia de un monumento mayor", lo que llevó a proyectar la estatua.
El conjunto se encargó a Antonio Navarro Santafé, artista alicantino experto en animalística que ya había esculpido el oso del parque de Berlín, en el distrito madrileño de Chamartín.
Detalla Pérez que el escultor tardó "tres meses" en finalizar el trabajo, que tuvo un "precio estimado de realización" de 200.000 pesetas y cuyo estreno, programado para el 24 de diciembre de 1966, fue frustrado por "una gran nevada" que obligó a posponer la inauguración a principios de enero de 1967.
Aunque se propusieron como posibles ubicaciones la Puerta del Hierro y la Plaza Mayor, finalmente se optó por la Puerta del Sol, en la que el monumento ha ocupado tres sitios diferentes.
El conjunto de la estatua y su pedestal, que suman seis toneladas de peso y cuatro metros de altura, se colocó en primer lugar "delante del antiguo hotel París"; en 1984 se trasladó "al principio de la calle del Carmen", y en 2009 se movió definitivamente a la desembocadura de la calle Alcalá, recapitula Pérez.
La tranquila existencia de la escultura, casi nunca perturbada por actos vandálicos, contrasta con el animado debate popular existente en torno al sexo del animal.
Pérez afirma que, en el escudo de la ciudad, se debe hablar de una hembra, ya que el úrsido encarna "la representación zoomórfica de la constelación de la Osa Mayor".
Sin embargo, Navarro Santafé solía referirse a la estatua en masculino e incluso apodó al metálico mamífero con el nombre de "Felipe".
En una entrevista con Radio Nacional a finales de 1966, el escultor reveló que "se basó en un macho capturado en los Picos de Europa que estaba en la Casa de Fieras del parque del Retiro", explica Pérez, lo que supone una pista definitiva sobre la inspiración del artista.
Oso u osa, está claro que este animal, hoy desaparecido de las sierras madrileñas, siempre ha estado muy vivo en el imaginario local: Montoliú menciona "una leyenda" prerromana que identifica Madrid con el nombre de "Ursaria, tierra de osos".
El cronista explica que, ya en 1212, está documentado un escudo madrileño con la figura del mamífero "paciendo, a cuatro patas, comiendo hierba".
No obstante, tras un pleito en 1222 en que la Iglesia obtuvo la propiedad de los pastos de la Villa, era "un contrasentido" que la osa pastara "en unos prados que no son suyos", por lo que se puso erguida y "apoyada en un árbol", que sí pertenecía a la municipalidad.
Montoliú niega rotundamente la posibilidad, defendida por algunas vertientes de opinión, de que el vegetal no sea realmente un madroño, y explica que "es un arbusto que la osa ha ido comiendo por debajo", lo que lleva a que "se convierta en un arbolillo", y asegura que "sí había madroños" en el Madrid medieval.
Así quedaron definidos, ocho siglos atrás, unos símbolos que han perdurado hasta nuestros días y perviven plasmados en una estatua de bronce que, alcanzadas sus bodas de oro, es indiscutiblemente uno de los mayores iconos de Madrid.