Alguien dijo que “de Madrid al cielo, pasando por el Viaducto”. Saltar desde aquí arriba siempre ha sido una forma bastante directa de ir, porque desde que se inauguró, en 1874, este ha sido uno de los lugares favoritos para darse de baja de la vida o para suicidarse, como lo queráis llamar. Cada salto tiene su historia, pero vamos a hablaros concretamente de uno de los que se produjeron en 1875.
Comienza nuestro melodrama con una hermosa joven de familia bien, enamorada de un apuesto, pero pobre, aprendiz de zapatero. La familia bien de la chica bien, por supuesto, prohíbe a su hija que se case con el zapatero. La pobrecilla chica no soporta el dolor de estar separada de su apuesto, pero pobre, mozalbete. Llevada por la desesperación, se sube a lo alto del Viaducto. Por si no recordáis la altura, os decimos ya que son 23 metros del ala. Os imagináis la caída, ¿verdad? Como esto es un melodrama en toda regla, todo está listo. El viento le golpea la cara, cierra los ojos, aprieta los puños...y salta. Pero, ¡oooh, milagro madrileño! Parece ser que, durante la caída, su falda o sus enaguas se inflan, se hinchan como un globo, se transforman en una especie de paracaídas que frena la velocidad fatal de su descenso. La chica acaba en el suelo, algo magullada, con los ojos como platos y, ¡atención!, con solo un tobillo roto. 23 metros de caída y un tobillo roto. ¿Es o no es un milagro melodramático?