Siete novias para siete hermanos, uno de los musicales por excelencia

Uno de los musicales más queridos de todos los tiempos nos ocupa hoy: “Siete novias para siete hermanos”

Stanley Donen que tenía el don de crear personajes tan adorables como inolvidables – recordemos “Cantando bajo la lluvia” o “Un día en Nueva York” -, consiguió que prácticamente todo el universo conocido se enamorara o bien de alguno de estos siete fornidos muchachos con cierto estilo a la hora de bailar o de alguna de estas delicadas muchachas, mientras no se demuestre lo contrario. Dos estrellas de los musicales del momento – Howard Keel y Jane Powell - sirvieron para encabezar el cartel, pero no se llevaron toda la gloria. No señor…

Desde el principio, “Siete novias para siete hermanos” fue una caja de sorpresas. Proyectada en mitad de la década dorada del cine musical, los cincuenta, con la mitad de presupuesto que la mayoría de aquellas producciones del género, se convirtió rápidamente en un auténtico fenómeno, tanto de público como de crítica y en una de las películas más queridas por todos. Y en eso tuvieron mucho que ver dos jóvenes cineastas, el productor Jack Cummings y el director Stanley Donen de 29 años, pero con un excelente currículum, que hicieron maravillas con el presupuesto. Un ejemplo: las ropas de las novias se fabricaron a partir de edredones y mantas comprados en un rastrillo del Ejército de Salvación.

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Basada en el relato clásico de “El rapto de las Sabinas”, cuenta la historia de los siete hermanos Pontipee, bautizados alfabéticamente según llegaron al mundo pero ya huérfanos, que deciden bajar al pueblo, desde las montañas en las que viven trabajando en sus tierras, para ver si son capaces de echarse novia y la lían parda, en todos los sentidos, poniendo en su contra a toda la villa por su descarado proceder y ese “no se nos pone nada por delante” que los caracteriza y que va a tener frustrantes consecuencias para todos. Y que también provocó algunos roces con la censura que la miró con lupa por razones obvias y no permitió que se titulara “Una novia para siete hermanos”, como estaba previsto, por razones más obvias todavía. Con una partitura excepcional, creada por Saul Chaplin y Adoph Deustch que ganaron el Oscar por su trabajo y unas canciones divertidas y pegadizas escritas por Gene de Paul y Johnny Mercer, el de “Moonriver”, al coreógrafo Michael Kidd tuvo donde inspirarse para crear bailes de muy distintas características. El número de la construcción de granero, tan vigoroso y derrochón en materia de testosterona, es histórico. De movimientos nada sencillos se ensayó durante tres semanas. Lo pillaron rápido los que eran bailarines profesionales.

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Se les seleccionó siempre y cuando fueran capaces de actuar. Y para no haberse puesto nunca a ello, no se les dio nada mal. A todos, eso sí, se les doblaron las voces al cantar. Al cuerpo de baile, para que diera vida al joven Gedeón, se añadió a una joven promesa de la cantera de la MGM al que se le daban de maravilla las acrobacias, llamado Russ Tamblyn, que al año siguiente sin hacer ninguna consiguió una candidatura al Oscar por “Vidas Borrascosas” y dejó imborrable huella mientras bailaba por las calles del West Side. Y Jeff Richards ex jugador de béisbol con pinta de actor de cine, eso pretendió y consiguió, al que acabaron colocando en la esquina del plano cuando había que bailar porque no daba una. Para la pareja protagonista formada por Adam el hermano mayor, una patán con indudable encanto y Milly capaz de poner firmes a los siete hermanos y de cuidar la honra de las invitadas entre comillas, se eligió a dos inolvidables.

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Jane Powell había ganado un concurso de belleza infantil a los doce y a los 15 ya estaba probando fortuna en el cine que la trató bien gracias a su salero, su determinación y su carácter y la encaminó hacia los musicales porque bailaba bastante bien y tenía una voz preciosa. Tenía 25 años cuando filmó “Siete novias para siete hermanos“, que significó la cumbre de su carrera. Por increíble que parezca pese al éxito no volvió a encontrar una oportunidad como ésta, se pasó a la televisión y acabó triunfando en los 90 en la serie “Los problemas crecen”, al lado de Leonardo di Caprio en modo chiquitín.

Howard Keel era un mecánico de Gillespie, Illinois de 1.93 de estatura y una prodigiosa voz de barítono al que los compañeros hicieron cantar en una convención automovilística donde lo descubrió un cazatalentos. En aquellos días era el rey del musical popular; nada sofisticado. Se los hizo todos: La reina del Oeste, Magnolia, junto a Ava Gardner, Kiss me Kate, Oklahoma, Carrusel y acabó un tanto cansado del género. Probó fortuna en westerns y bélicas y acabó volviendo al musical, pero en los teatros. De hecho, con la Powell representó “Siete novias para siete hermanos” en los escenarios casi en los años 80, pese a que ambos hacía rato que no estaban en edad de merecer. Le puso broche a su carrera reverdeciendo laureles en la serie “Dallas”, sin cantar ni bailar para que no se le moviera el peluquín.

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Pues de tan amplio reparto, al final la que se ha convertido en una auténtica leyenda ha sido Julie Newmar: la célebre Dorcas, de largas piernas, cintura finísima y cociente de genio que además de reverdecer su popularidad interpretando a Catwoman, en la legendaria serie dedicada a Batman en los sesenta, durante casi un centenar de episodios, se hizo millonaria cuando inventó los pantis una década después. Ya sabéis que no son medias, que son enteras.

Y ahora, que suene la obertura y a bailar. ¡Feliz velada!