Madrid también tiene su propio Sleepy Hollow. No es jinete, no mata gente, y no es el fantasma de un soldado, pero va por la vida (o mejor dicho, por la muerte) como pollo sin cabeza.
En 1353 unos ladrones penetraron durante la noche en la madrileña iglesia de San Ginés con la sana intención de hacer lo que los ladrones hacen mejor que nadie: robar.
Había por allí un venerable anciano que había acudido a rezar. No lo sabía, pero iba a ser la última oración de su vida. El anciano observó a los rateros y, con una audacia impropia de su edad, trató de detener el latrocinio. Los ladrones le cortaron la cabeza y la colocaron a los pies de la Virgen. De este último dato se nos escapa el motivo, la verdad. Aseguran que este pobre hombre todavía trata de rezar su última oración. Sin cabeza debe ser difícil...