De Yeda a Riad, con dos años de diferencia entre Supercopas lejos del terreno español pero un mismo protagonista para el Real Madrid.
El triunfo, el quinto consecutivo en un clásico que se tiñe de blanco recayó de nuevo en el uruguayo Fede Valverde. De una roja bendita ante el Atlético de Madrid que evitó la derrota y la conquista del título en penaltis, a un tanto al Barcelona en la prórroga que deja a tiro el primer título del curso.
Fede Valverde vive en una continua reivindicación. Lógica desde el nivel de la competencia, jugándose la titularidad con los tres tenores que han marcado una época inolvidable para el madridismo. Casemiro, Toni Kroos y Luka Modric. El centro del campo de tiempos de dominio europeo con tres Ligas de Campeones consecutivas.
El nivel que siguen aportando y el sistema de Ancelotti, 4-3-3, reduce las opciones de Valverde, luchador incansable que cada vez que salta al terreno de juego no negocia el esfuerzo y aporta un físico imponente. Capaz de recorrer el campo para ser decisivo en el robo y aparecer en área contraria. Este curso menos. En el King Fahd International Stadium de Riad firmaba su primer gol de la temporada en un momento señalado.
La Supercopa de España pasa a ser competición fetiche del uruguayo, aún en la memoria aquella entrada a Álvaro Morata cuando encaraba solo en un mano a mano a Thibaut Courtois, con todas las de perder para el portero belga. A Fede no le quedó otra que derribar al rival con una aparatosa falta que sabía le costaría la tarjeta roja. El marcador le obligó, restaban cinco minutos de la prórroga y en el 115 un tanto en contra habría sido decisivo.
Se sacrificó por el bien global del equipo y su acción tuvo la recompensa en la tanda de penaltis que decantó el título hacia el Real Madrid. Valverde se había convertido en el gran protagonista sin necesidad de hacer gol. Su derroche de compromiso en el King Abdullah Sports Center de Yeda hasta le hizo ser nombrado jugador de la final. Pese a haber sido expulsado.
De aquella apuesta de un Fede Valverde de 21 años que esa cita era titular, que había llegado desde Peñarol con apenas 17 para terminar de crecer en el Castilla y en una cesión al Dépor antes de asomar por el primer equipo, al actual 'Pajarito', ya padre con 23, que desataba la locura en su casa donde su mujer Mina Bonino daba saltos de alegría en el sofá y el pequeño Benicio se reía por ver a su padre en la televisión, ha pasado un tiempo para la madurez que le permite transitar con tranquilidad por su situación actual.
Fede siente la confianza de Ancelotti pero no la ve reflejada en los minutos que desea, con las puertas de la titularidad cerradas (titular en 13 de los 22 partidos en los que participó), a expensas de una sanción o un problema físico de los tres intocables para poder tener continuidad. Su figura está menos consolidada que con Zinedine Zidane al mando pero no cesa en una lucha que aumenta de competencia con el fichaje del francés Eduardo Camavinga y el regreso de Dani Ceballos.
Su compromiso lo volvió a demostrar en un clásico, el mismo partido que esta temporada le provocaba en el Camp Nou una lesión en una mala caída que le condicionó posteriormente. Creyó en el contragolpe para correr hasta encontrar el premio. "El balón que dejó pasar Vinícius era para Karim pero lo aproveché", confesó. Pasaba por ahí y lo mandó a la red para dar el triunfo al Real Madrid, dar el pase a la final y volver a dejar huella en una Supercopa de España.