El juez José Castro, convertido en figura mediática como instructor del histórico caso por el que fueron juzgados la infanta Cristina y su marido, Iñaki Urdangarin, afronta trabajando los últimos coletazos de su longeva trayectoria. "Como siempre", afirma a pocos días de jubilarse con 72 años.
Llega temprano, conduciendo su moto, aparca en el patio y camina decidido hacia el juzgado, cargado de papeles y carpetas. Le esperan 24 horas de guardia. Solo los disparos de la fotógrafa de Efe rompen su ensimismamiento y lo traen de vuelta al mundo exterior, como un recordatorio del enjambre que siguió sus pasos mientras duró la instrucción del caso Nóos.
El magistrado cordobés colgará el 20 de diciembre esa toga que procura no usar, pero mientras tanto le quedan todavía pendientes alguna guardia y algún juicio rápido.
Da las últimas puntadas a una trayectoria de 41 años, tejida desde su ingreso en la carrera judicial en 1976 y que le llevó en un principio a juzgados de Dos Hermanas (Sevilla), Arrecife (Lanzarote) y Sabadell, antes de aterrizar en Palma en 1985.
Hace ya 27 años que es titular del Juzgado de Instrucción número 3, donde en el verano de 2010 decidió abrir una pieza separada sobre el Instituto Nóos, dentro de la macrocausa del Palma Arena. Aquella decisión acabaría convirtiendo los Juzgados de Vía Alemana en un imán para periodistas de medio mundo.
A la imputación de Urdangarin y sus declaraciones ante el magistrado siguieron las de su mujer, la desactivación de esa imputación, varios meses de investigación tributaria, otra imputación más y la ya histórica declaración de la infanta Cristina, momentos culminantes seguidos sin descanso por la prensa y que se llevaron por delante la alianza forjada entre Castro y el fiscal Pedro Horrach por una insubsanable disparidad de criterios.
A lo largo de todo ese tiempo, Castro sintió que unas decisiones que siempre consideró normales le convertían en objeto de un ataque visceral y desaforado, que solo admitió en público hace pocas semanas cuando decidió dedicarles a las altas instituciones del Estado el reconocimiento como Hijo Predilecto de Córdoba.
Al agradecer la gallardía de concederle tamaño honor solo reconoció un mérito: "Haber sobrevivido a tanto desbarajuste sin perder la compostura".
A pesar de la normalidad que defiende a capa y espada, ni siquiera el punto final de su carrera es común.
En un principio le denegaron postergar su jubilación forzosa cuando pidió que le nombraran magistrado emérito para terminar la instrucción del Palma Arena, algo que no está previsto por la Ley Orgánica del Poder Judicial.
La coincidencia de un cambio legislativo hizo finalmente realidad sus deseos y el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) autorizó que permaneciera en activo dos años más allá de los 70, plazo que acaba a finales de este año.
Desde entonces se ha juzgado y sentenciado el caso Nóos, y a él le ha dado tiempo a abrir cinco juicios más contra el expresidente del Govern balear y exministro Jaume Matas.
Consciente de que está en la recta final y ante una persistente insistencia, baja la guardia comprensivo y autoriza unas fotografías con la docena de personas que han trabajado todos estos años a su lado codo con codo en el juzgado y que posan sonrientes rodeando a Pepe, en la dichosa rampa que las decisiones del juez convirtieron en Gólgota para los imputados y que la curiosidad popular transformó en atractivo turístico.
La venia dura solo unos segundos. El veterano magistrado se escurre rápido entre su gente para volver el primero al juzgado y seguir su rutina. Dice que la mantendrá hasta el último día. "Como siempre".