El salón de San Jorge, dispuesto para un banquete de película. Para anunciar la llegada del nuevo matrimonio, se han fabricado 20 trompetas heráldicas exclusivas para la ocasión.
1.500 personas atenderán a los 600 invitados. Las copas, preparadas: hasta 17.000 están dispuestas, para 650 botellas de vino y 1.700 de champán. Porque dicta el protocolo que cada 30 minutos debe servirse una.
Pero no podrán demorarse en comer. Porque cuando la reina termine, todos deben dejar sus cubiertos. Quede, lo que quede en el plato.
Menos restricciones tendrán fuera de las paredes del castillo de Windsor. Porque, aunque no se ha declarado festivo nacional este día, como ha ocurrido en otras bodas reales, si que se ha permitido ampliar los horarios de los pubs británicos para celebrar la ocasión.
8 pisos tendrá la tarta y a todos los invitados les llegará su trozo, por correo, eso sí, según dicta la tradición.
Y dado ya el sí quiero y como alteza real, podemos tender a la castellanización de los nombres de la pareja. Harry y Meghan, pueden llamarse ahora, Quique y Margarita.