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Fiestas madrileñas de hoy y de ayer
- Un recorrido por algunas de las fiestas más emblemáticas de Madrid, desde aquellas que se han perdido a las que han perdurado hasta nuestros días
Madrid es cultura, es historia, es arquitectura, es la genta que la habita y que la habitó. Y si hay un aspecto que guarda relación con todo esto son sus fiestas, que han conformado el carácter de los madrileños y madrileñas. Sin embargo, algunas de estas celebraciones se han perdido o han cambiado su manera de celebrarlas. Otras, no obstante, han perdurado hasta nuestros días.
Los carnavales de Madrid
Aunque en Madrid se sigue celebrando los carnavales, estos no tienen el esplendor de los del siglo XVIII, época en la que alcanzaron su máximo esplendor con la llegada de los Borbones. De hecho, la manera de festejarlos también ha cambiado con el paso de los años.
La céntrica Plaza de Santa Ana era uno de los lugares más concurridos en estas fiestas, ya que al lado estaba el antiguo Teatro del Príncipe (que hoy en día conocemos como Teatro Español). Aquí tenía lugar una de las manifestaciones más representativas de estas fechas: los bailes de máscaras. La alta sociedad se reunía en estas exclusivas fiestas, en las que debían seguir infinidad de normas.
La diferencia de clases estaba muy marcada y el pueblo llano no podía entrar al teatro, por lo que tenía que quedarse en la plaza. Allí se enmascaraban, hacían sátiras políticas, comían, tocaban música, celebraban el Entierro de la Sardina.
Las praderas, más allá del límite de la ciudad que marcaba la cerca, también eran el lugar de reunión de las personas menos pudientes. Aquí era todo más austero y con menos decoración, pero la gente tenía mayor libertad para divertirse.
De hecho, los carnavales de Madrid estaban considerados como fiestas peligrosas que incluso llegaron a prohibirse en varias épocas. “La gente se divertía, se enmascaraba y era un momento de descontrol. Tenían muchas reglas para evitar ese descontrol”, nos cuenta Valerio Rocco, director del Círculo de Bellas Artes
Un dato curioso: el sello que hoy en día se pone a la salida de las discotecas, probablemente se inventó en estos carnavales. Si querías salir de la fiesta y volver a entrar sin pagar, tenías que quitarte la máscara y decir tu nombre. Entonces te daban una boleta especial con la que entrar de nuevo.
El Corpus, la custodia y la tarasca
El Corpus Christi es otra de las fiestas madrileñas que ha cambiado su manera de celebrarse. En esta celebración lo que se hace es exaltar la comunión
Durante la procesión del Corpus se sacaba la 'custodia', donde se guarda la hostia consagrada. Este monumento de metro y medio de altura y de más de cien kilos, la mitad de los cuales era de plata, se guarda en la Plaza de la Villa porque pertenece a la ciudad de Madrid y no es propiedad de la Iglesia. Esto se debe a que fueron los propios madrileños los que sufragaron su construcción.
Esta procesión recorría los lugares más importantes de la ciudad, desde Sol hasta la Plaza de la Villa, y los habitantes quedaban maravillados e impresionados con el lujo de las figuras al verlas pasar de cerca.
Después de la procesión se realizaba un auto sacramental, una obra de teatro religiosa en la que cobraba mucha importancia la escenografía. La Plaza de la Villa quedaba así engalanada, en ocasiones incluso con cañones y barcos. Además, estas obras estaban escritas por algunos de los grandes autores del Siglo de Oro, como Lope de Vega o Calderón de la Barca.
El día anterior al Corpus, salía una procesión mucho más festiva y alegre. En ella salían personajes como el mojigón, un personaje vestido de colores que iba persiguiendo a los pequeños, o la tarasca, una construcción de madera articulada en forma de dragón. Esta representaba al mal y la gente se dedicaba a tirarle pedradas.
El dos de mayo, una fiesta que nunca se ha suspendido
Cada dos de mayo los madrileños recuerdan el alzamiento de sus ciudadanos contra las tropas de Napoleón. Y la Plaza del 2 de mayo, por entonces conocida como el Parque de Monteleón, fue uno de los focos más importantes aquel día de 1808.
Tres años después del alzamiento ya se celebraron las primeras fiestas en honor a al suceso, pero fue en el centenario cuando realmente se tiró la casa por la ventana: se engalanó la plaza con banderas de España, se celebró una misa, tuvo lugar una procesión para rendir homenaje a los caídos. Un homenaje por todo lo alto.
Además, imponentes carrozas que representaban lugares míticos de Madrid desfilaban por las calles.
Desde su primera celebración, estas fiestas nunca se han suspendido, ni siquiera durante la Guerra Civil. Y es que lo que realmente se festeja en esta fecha es el mito fundacional de la nación española en el sentido político.
Merienda en la Pradera de San Isidro
¿Qué madrileño y madrileña no ha ido a las fiestas de San Isidro? Esta celebración es una de las más populares de la capital, que se llena de ambiente festivo y acogedor para estas fechas. Se celebran a mediados de mayo en honor al patrón de la ciudad, San Isidro Labrador (el 15 de mayo), y en ellas podemos disfrutar de romerías, verbenas, atracciones, conciertos y espectáculos tradicionales.
Estas celebraciones giran en torno a la relación entre el agua y el santo y es costumbre que los chulapos y chulapas vayan en romería a beber el “agua del santo” hasta el manantial anexo a la Ermita de San Isidro.
La pradera de San Isidro es el lugar de celebración por excelencia de estas fiestas. Todos los años se llena de música y verbenas y sus escenarios acogen bailes, comidas y espectáculos infantiles, además de cerrar las fiestas con un espectáculo pirotécnico.
Ya desde el siglo XVI era costumbre ir a merendar al césped de la pradera, como pintó Francisco de Goya en “La pradera de San Isidro”. La zona se llenaba de puestos que vendían las tradicionales rosquillas del santo, que las hay para todos los gustos: las tontas (sin nada por encima), las listas (con baño de azúcar), las de Santa Clara y las francesas (con azúcar glasé y almendras partidas). Otras comidas típicas de estos días son los “torraos” y las garrapiñadas, las manzanas caramelizadas, los encurtidos, los escabeches…
En la actualidad las celebraciones se han extendido por toda la ciudad con escenarios en lugares emblemáticos como la Plaza Mayor, el templo de Debod, el Parque del Retiro o Madrid Río. También se celebran multitud de actos, como semanas gastronómicas en las que poder degustar platos castizos como gallinejas, entresijos o bocadillos.
Las fiestas de la patrona de Madrid
Si antes hemos hablado del patrón de Madrid, ahora es el turno de la patrona, Santa María de la Almudena, que se celebra el 9 de noviembre. A diferencia de las anteriores, esta celebración tiene menos carácter lúdico y es fundamentalmente de carácter religioso.
En esta fecha se realizan ofrendas florales a la Virgen, una de ellas reservada a todas las mujeres que llevan el nombre de Almudena. Los madrileños y madrileñas se visten de chulapos y chulapas para disfrutar de esta castiza jornada en la que acompañan a la Virgen en procesión, adornada con rosas blancas y amarillas, por las calles del casco histórico de la ciudad hasta llegar a la catedral.
Aprovechando la ocasión, las familias y amigos almuerzan en las tascas y bares de la zona: callos a la madrileña, croquetas de bacalao, bocadillos de calamares y, para el postre, un dulce que solo se puede degustar el 9 de noviembre, la “corona de la Almudena”, un pastel en forma de roscón hecho con mantequilla y azahar.
Verbenas durante todo el año
Además de estas celebraciones, existen otras verbenas relevantes en la capital, como la de San Cayetano, la Paloma o San Lorenzo, que se celebra a mediados de agosto y en la que los barrios de La Latina y El Rastro compiten por ver cuál es la calle mejor engalanada.
La fiesta de San Antonio de la Florida (conocida popularmente como verbena de San Antonio de la Florida) es otra de ellas. Esta festividad se celebra cada año el 13 de junio en honor a San Antonio y nació con la costumbre de unas modistillas madrileñas del siglo XIX de verter trece alfileres en el agua bendita de la pila bautismal de la ermita, simulando el acto de las arras matrimoniales. De esta manera se invocaba a San Antonio como casamentero.