Si alguna vez pasáis por la iglesia de San José tened cuidado si se os acerca una pálida joven. Puede que sea un contacto prometedor pero eso no es lo que le pasó a un joven inglés en el siglo XIX. Había acudido a una fiesta de disfraces. Le abordó una joven vestida de negro que le rogó que la sacara a bailar. Ella estaba muy fría. Lo normal. Fueron a la iglesia de San José. Dentro había un féretro. La joven le contó que allí dentro estaba su propio cadáver. De nuevo, lo normal. El chaval salió pitando pero no pudo evitar volver al día siguiente donde contempló el funeral de la desdichada joven.
Otra joven se presentó como una prima de la difunta y le confesó que esta había estado enamorada de él y nunca se había atrevido a hablarle. Y cuando lo hizo ya estaba muerta. ¡Qué falta de oportunidad!