El director Anatole Litvak le abrió de nuevo las puertas de Hollywood a la gran Bergman, gracias a un título inolvidable: “Anastasia”.
Quizá la única superviviente de la matanza de la familia del Zar Nicolás II en 1918, en plena revolución rusa. Años más tarde, una mujer con los recuerdos fragmentados, dice ser aquella niña, tal vez rescatada en el último momento de la masacre real. La Bergman, alejada del aquel Hollywood que la había despreciado cuando abandonó a su familia para unirse a Rosellini, dominó esta superproducción con tanto acierto que se ganó un segundo Oscar.
Maravillosa la de esta noche, entre otras cosas porque la historia real en la que se basa es absolutamente apasionante; la de Anna Anderson que, en 1920 fue encerrada en una institución mental, tras un intento de suicidio y que, al parecer estaba convencida de ser la gran Duquesa Anastasia, hija de Nicolás II y superviviente de aquel sangriento magnicidio. Falleció a los 87 años y todavía lo aseguraba, aunque, como en aquellos días apareció una auténtica avalancha de “Anastasias”, su historia siempre fue puesta en duda. Sobre sus idas y venidas se escribió una obra de teatro de éxito que sirve de base para la película de esta noche.
Cuando la familia del último zar de Rusia fue asesinada durante la revolución, se supone que no quedó un solo miembro vivo tuviese la edad que tuviese. O tal vez sí. Tal vez la pequeña Anastasia libró la vida por poco y apareció años después enferma, harapienta y con la memoria perdida. Y murió sin que se supiese si era o no la superviviente de aquel sangriento magnicidio. A algunos les convenía que hubiera una heredera de aquel imperio y a otros les venía fatal para sus planes. Y esto es lo que cuenta “Anastasia”, cómo entre mentiras y certezas a medias, entre intrigas palaciegas y políticas la verdad pugna por salir a la luz.
Pero si la historia real es así de interesante, la cinematográfica no lo es menos. Con este film, América en general y Hollywood en particular le perdonó a Ingrid Bergman haber abandonado su carrera americana cuando estaba en la cúspide para correr detrás del director italiano Roberto Rosellini con quien vivió en pecado, como se decía entonces, y con quien tuvo varios hijos, dejando en Hollywood a su primogénita y a un marido al que no amaba y del que estaba a punto de divorciarse. Hasta en el congreso de los diputados americano se la amonestó por su aparente inmoralidad. En realidad fue su exmarido quien hizo pública una versión tergiversada de las cosas, pero el daño ya estaba hecho. Unos años después, acabado el affaire Rosellini, Hollywood le ofreció un papel estelar para orquestar su vuelta – nada vende más entradas que esto – y la Bergman como era como actriz oro puro ganó un merecidísimo Oscar. El segundo de su carrera. Todavía conseguiría un tercero. Lo demás es de superproducción. Los decorados, el vestuario, la luz, la música.
La compuso ómo esta esa gran dama del cine y del teatro que fue Helen Hayes... Que bien dirigió cada momento ese espléndido artesano llamado Anatole Litvak.
Miren si es un título redondo que hasta Yul Brynner – gran personalidad, pero escaso talento – realiza un trabajo impecable. Él es el conspirador general Bounine, capaz de cualquier cosa por echarle mano a una saca con muchos millones de libras. El único galán rapado de aquellos dorados días de Hollywood (había mucho calvo con entoldado) nació en Rusia, con parte de sangre romaní y su primer contacto con lo artístico fue interpretando canciones gitanas en los clubes parisinos. Una lesión en la espalda le hizo abandonar su trabajo como acróbata de circo pero unas fotos artísticas que le tomaron cuando trataba de abrirse camino como actor hicieron que no pocas miradas se volvieran hacia las excelencias de su físico. El espaldarazo definitivo lo consiguió interpretando al engreído soberano de Siam en la obra de teatro musical “El rey y yo”, un papel que interpretó en el escenario más de 4.500 veces, y en su posterior adaptación al cine.
Con su habitual desenvoltura trabajó con cineastas tan destacados como Cecil B. DeMille, al que le regaló el Ramsés perfecto para sus “Diez mandamientos”, o con John Sturges que lo concibió como uno de los siete mercenarios más magníficos de la historia del cine. Entre sus mejores trabajos está también el western futurista “Almas de metal” de brazo tan largo que sustenta una estupenda serie en la actualidad. Pero lo cierto es que la mayoría de sus trabajos tuvieron el toque exótico que impusieron su físico y su acento. Fue un Karamazov tan fiero como temperamental y un Taras Bulba tan sanguinario como correspondía. Fotógrafo de enorme talento, no fue sin embargo la afición a la que le dedicó más tiempo. Vivió un tórrido romance con Marlene Dietrich, dos décadas mayor que él y se casó en cuatro ocasiones, contabilizándosele varios centenares de amantes.
Resulta muy curioso que otra gran dama, del cine pero sobre todo del teatro americano – Helen Hayes -, con tan sólo 56 años, interpretara a la anciana abuela de Anastasia, algo impensable hoy día viendo como han envejecido la Pfeiffer o la Stone o por poner dos ejemplos de gloriosas sesentañeras. Hayes inició su carrera en el cine mudo, ganó un Oscar por interpretar a una prostituta llamada Madelon Claudet y fue la compañera perfecta de un Gary Cooper convertido en Hemingway en la mejor versión de “Adiós a las armas”.
Va a ser verdad que los cincuenta son los nuevos treinta. Con esa esperanza nos levantamos cada día.