"Cleopatra": una historia de amor más grande que la vida
La Otra Sala clásicos emite "Cleopatra" este viernes 26 a las 22.00
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Joseph L Mankiewicz fue el encargado en 1963 de llevar al cine la historia de la carismática “Cleopatra”.
No imaginaba el director de “Eva al desnudo” que era un regalo tan envenenado, que le costaría el mismo esfuerzo, según sus palabras, que hacer tres superproducciones. Años tardó en construirse un clásico tan sólido como los pilares en que se asientan las pirámides de Egipto. Escándalos, baile de nombres, enfermedades terribles, tropiezos con los elementos... No le faltó detalle a uno de los rodajes más trastabillados que se recuerdan. Ni siquiera una historia de amor más grande que la vida; la que unió a Richard Burton con Elizabeth Taylor.
Según su director, Joseph Mankiewicz, Cleopatra se gestó en estado de emergencia, se rodó en medio de la histeria y se estrenó con síndrome de pánico ciego. Y sin embargo es, para muchos, su mejor película gracias a la mezcla perfecta entre el cine colosalista y espectacular, durante años no se vio en la pantalla nada más magnífico que la entrada de la reina de Egipto en Roma, con increíbles batallas y escenas de acción, y el drama íntimo de una mujer y de los dos hombres a los que amó: Julio César y Marco Antonio.
Como llegó a ser una peliculita de dos duros con Joan Collins como protagonista la mayor superproducción de la historia del Hollywood clásico se explica muy fácil: por la casualidad y por la mala cabeza de unos cuántos. El primero el productor Walter Wanger, el de la reina de África, que no quiso esperar a que la Collins acabara lo que estaba haciendo y le ofreció el papel a medio Hollywood incluida la reciente nominada al OscarElizabeth Taylor por maullarle cuatro verdades a Paul Newman. Ella le dijo en broma que lo haría por un millón de dólares, cifra estratosférica en aquel entonces. Wanger se lo tomó en serio, la contrató y ahí empezó todo. Y como ella no podía trabajar de seguido en Estados Unidos por los impuestos, decidieron simular que Londres era el antiguo Egipto, con la peculiaridad de que no había sol y a la gente le salía vaho de la boca cuando hablaba. Hasta desviaron el curso del Támesispara que simulara ser el Nilo.
Una meningitis que tuvo a Liz Taylor hospitalizada más de un mes, consiguió que aquella locura se parara. Cuando mejoró ya se había gastado un dineral y no había nada filmado que valiera. Pero ella tenía un Oscar en su mesita de noche, por una película por la que no se lo merecía, y a ver quién echaba el cierre teniendo a la mejor actriz del año contratada y por tanto perdonada por haberle birlado el marido a su amiga Debbie Reynolds en sus respingonas narices. No imaginaba el cantante Eddie Fisher que iba a probar su propia medicina sin tardar mucho.
Ahí se reseteó la película y se inició filmación en Roma, en los estudios de Cinecittá. Se fueron unos y llegaron otros. Peter Finch y Stephen Boyd, dejaron paso a Rex Harrison, para muchos el mejor actor del momento que interpretaría a César. Y a Richard Burton, que estaba haciendo teatro en Nueva York después de intentar durante años ser una estrella y no solo un prestigioso actor, para hacer de Marco Antonio.
Y con todo preparado, una neumonía que la llevó directa a un pulmón de acero y que casi acaba con su vida volvió a llevar a la Taylor al hospital y tardó en recuperarse seis meses en los que todos cobraban pero no filmaban. Una auténtica sangría. Pero faltaba lo mejor. Cuando la Taylor volvió al plató, le echó la vista encima a Burton, él a ella lo mismo y ya no hubo quien los separara ni con agua caliente, según explicó Roddy McDowall, gran amigo de la actriz. Y lo hicieron público gracias a que sus camerinos no estaban insonorizados y porque salían todas las noches a festejarlo, sin acordarse de que ambos estaban casados y con una nube de paparazis detrás.
Y el mundo se paró y ya no se habló de otras cosas durante semanas, mientras el equipo de vestuario ensanchaba muchos de los regios trajes diseñados por Irene Sharaff para la Faraona, porque con tanta juerga subía de peso por momentos. Mientras el director, empapado en dexedrinas, escribía por la noche lo que había de rodar durante el día, tan alocado que no ponía filtro y la mitad de lo trabajado fue a la basura. Como sería el despiste que hubo equipos que rodaron parte de otras películas en sus decorados sin que nadie se diera cuenta.
Cuando llegó el momento del estreno hubo que llamar a Daryl Zanuck, antiguo director de la Fox para que pusiera orden porque había material para hacer una película de ocho horas. Éste filmó aun unos planos más, esta vez en Egipto, donde siempre se debió rodar, mando a Mankiewicz a descansar, y puso a raya a los tortolitos amenazándoles con retirarles su parte de los beneficios si su conducta inmoral perjudicaba el estreno. No sólo no era así; es que el mundo entero estaba deseando ver de una vez aquel prodigio. Y Zanuck lo sabía. Hasta llegó a quitar del cartel a Rex Harrison para que brillaran solo los dos. Por contrato le tuvo que devolver su lugar.
Y aunque fue una de las películas más taquillerasdel año, y tuvo 9 candidaturas al Oscar, incluida la de mejor película y mejor actor, para Harrison, y consiguió 4 de ellas, fotografía, decorados, efectos especiales y vestuario, se tardaron años en recuperar lo invertido. Y dejó en Hollywood el regusto de un fracaso, que, por prodigioso que parezca, artísticamente no fue tal.
Para que nos hagamos una idea, si hacemos corresponder las cifras de aquellos primeros años sesenta con la actualidad, Cleopatra costó aproximadamente unos 350 millones de dólares. La última entrega de las aventuras de Los Vengadores ha costado 316. Fue un desastre para la Fox, que aquel mismo año vio además como la otra película con la que pretendía ganar dinero, la última de Marilyn, quedaba inconclusa por el fallecimiento de la actriz.
Pero más allá de todo esto sólo queda decir que el espectáculo – el gran gran espectáculo – está a punto de comenzar.