En Madrid, tenemos nuestra propia Capilla Sixtina, una que se encuentra en una pequeña ermita del siglo XVIII, el lugar donde descansa Francisco de Goya y que hoy nos abre sus puertas: la ermita de San Antonio de la Florida.
Nada más acceder a su interior, una explosión de vida y color envuelve la estancia. Se trata del conjunto mural que decora la cúpula de este santuario y que constituye un antes y un después en la carrera de Goya.
En estos frescos se reflejan todo un milagro. "Con lo primero que te encuentras al mirar es San Antonio. Estaba en Padua predicando y viene un ángel y le dice que su padre estaba siendo sometido a un juicio, acusado de haber matado a un señor. Les dice a los miembros del tribunal que está convencido de que su padre es absolutamente inocente y que la única manera de saberlo es que lo diga el muerto, al que habían asesinado", nos explica Begoña, guía del Museo de Historia.
"Hay un milagro. Van al cementerio todos y resulta que se levanta el señor de la tumba y dice: efectivamente, no fue este señor el que me mató, me mató otro que luego me tiró a su jardín para acusarle", añade.
Para garantizar la conservación de estas pinturas, el edificio fue declarado Monumento Nacional en 1905 y más tarde, en 1928, se construyó a su lado una iglesia idéntica, para trasladar el culto y reservar la original como museo.
En 1919 se trasladan los restos de Goya, traídos desde Burdeos, donde había muerto en 1828. "¿Qué les pasaba a esos restos? Que no tenían cabeza. Hay quien dice que es posible que el propio Goya se pusiera en contacto con un médico especialista para donarle su cabeza cuando se muriera", nos cuenta Begoña.