La pandemia nos ha robado mucho. Lo peor, las vidas perdidas en situaciones dramáticas, sin tiempo para despedidas y con duelos incompletos. Momentos muy duros. Hemos perdido familiares, amigos, compañeros. Hombres y mujeres, mayores pero también jóvenes. El SARS-COV2 no ha respetado a casi nadie.
Nos ha robado celebraciones, despedidas, oportunidades. Se han quedado sin dar millones de besos y abrazos. La 'nueva normalidad' resultó ser cualquier cosa menos normal.
Una extraña normalidad en los centros educativos, en los trabajos, en la calle o en el transporte. Todo con distancia. Nos ha robado la proximidad.
Novios que se han quedado sin boda, novios que se han quedado cada uno en una parte del mundo, personas que han tenido que cancelar viajes y limitar sus movimientos al país, la provincia, el barrio o unas pocas calles cerca de su casa.
Muchos han perdido su trabajo, su negocio, su medio de vida ha esfumado o se ha precarizado. Algunos cuentan que el virus les ha robado el sueño, el del descanso y el de conseguir una meta. Otros incluso cuentan que les ha quitado las ganas de vivir.
Tarde o temprano todo volverá a ser como antes, dicen. Pero no para las 50.000 vidas que se ha cobrado la pandemia por ahora.