La vida de Adolfo Suárez, el presidente que trajo la democracia a España, está marcada por los momentos clave de la Transición y los albores de la democracia: de la ley de Reforma Política a los Pactos de la Moncloa, de la legalización del PCE al 23-F, Suárez demostró ser un símbolo de concordia.
Las habilidades políticas del expresidente quedaron patentes cuatro meses después de su toma de posesión, cuando logró que las Cortes del franquismo aprobaran la ley que puso fin al régimen del que provenían y que, tras su ratificación en referéndum, permitió celebrar elecciones democráticas, la de Reforma Política.
Suárez convenció a los líderes heredados de la dictadura de las bondades de la norma, se sobrepuso en su tramitación a la dimisión del vicepresidente -el general Fernando de Santiago- y mantuvo contactos con la oposición democrática, aún ilegal, para materializar la Transición.
Ese primer paso dejó a Suárez en una situación complicada, con una extrema derecha que lo acusaba de "traidor" y una oposición que reclamaba más reformas.
En 1977, durante una escalada de tensión, con atentados de ETA y de secuestros del GRAPO, Suárez da un paso clave para la consolidación de la democracia: la legalización del PCE, el partido con mayor capacidad de movilización en la calle: fue el 9 de abril.
Aquella jugada le granjeó el afecto personal de Santiago Carrillo, llegado a España disfrazado con una peluca, y provocó la indignación de los militares en los cuarteles, aunque la sangre no llegó al río.
Suárez finiquita además el Movimiento, el Tribunal de Orden Público y la Organización Sindical franquista, legaliza los sindicatos de clase y prepara una nueva legislación laboral.
En junio, Unión de Centro Democrático (UCD) gana las elecciones para elegir Cortes y llama a la oposición a negociar un marco político y económico que acabe con una situación económica descontrolada y con algunos residuos del franquismo: los Pactos de la Moncloa.
Suárez logró el respaldo de todos salvo de Alianza Popular, que no firmó el pacto político, y afrontó la constante amenaza de golpe de Estado, primero con la "Operación Galaxia", donde participaron el capitán de infantería Ricardo Sáenz de Ynestrillas y el teniente coronel Antonio Tejero.
Pero la imagen clave de aquellos años es la del 23 de febrero, cuando, tras la dimisión de Suárez, que abandonó para permitir a una UCD dividida recuperar la unidad bajo un hombre de consenso, irrumpió en el Congreso Tejero durante la sesión de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo.
Con el grito de "al suelo todo el mundo" y el sonido del tiroteo de fondo, sólo Suárez y Carrillo permanecieron erguidos en sus escaños aquel día, en el que los golpistas condujeron al presidente a una habitación aparte y muchos temieron por su vida.
Su valentía le valió la concesión del título de Duque el 27 de enero por parte del Rey, otro de los actores clave para frenar la intentona golpista.
Suárez vivió sus últimos años en política en el Centro Democrático y Social (CDS), un partido de leales pero sin medios y con el único capital de la figura del ya expresidente.
Tras obtener dos escaños en 1982, el CDS albergó la posibilidad de ejercer de formación bisagra entre el PSOE y el Partido Popular cuando alcanzó los 19 en 1986 y resistió con 14 tres años después.
No ocurrió así. Castigado política y humanamente, Suárez se retiró de la política para cuidar de su mujer, Amparo Illana y de su hija Marian, ambas enfermas de cáncer. En paralelo, llegó el reconocimiento público a su labor como artífice de la Transición española.
SEDUCTOR, INTUITIVO Y ENTREGADO A ESPAÑA
Intentar hacer una semblanza de Adolfo Suárez puede convertirse en un reto imposible para quien no le conociera de cerca, pero hay muchos testimonios que nos acercan a un hombre clave en la historia de España, al que hoy todos ven con orgullo y del que destacan, sobre todo, su entrega a España.
Delgado, menudo y frugal, fumador empedernido, amante de su familia y de su tierra, Cebreros (Ávila), encantador en el trato y, por encima de todo, con una arrolladora simpatía poco frecuente hasta entonces en el escenario político español.
Su apuesta por la democracia y una vida política que muchos, entre ellos Santiago Carrillo, definieron como atormentada, le robaron a Suárez muchas horas para estar con su familia.
Una vida "de tragedia griega". No sólo en lo personal -sobrevivió a su esposa, Amparo Illana, y su hija Marian y padeció una enfermedad que le dejó sin memoria- sino en la política, donde se vio abandonado por los que él había aupado.
Fue quizá ese sufrimiento lo que le acercó a la ciudadanía que, durante todos estos años, ha extendido su cariño hacia el artífice de la Transición a todos los miembros de su familia.
Los que le conocieron dicen que siguió siendo un "animal político" hasta el final, incluso cuando, sin memoria, seguía teniendo ese magnetismo capaz de atrapar al otro en su mundo.
Carrillo era el que contaba que Suárez se había "entregado" a cuidar a Amparo y Marian y que le dijo que vivir la enfermedad de ambas le provocó "una lesión cerebral".
Acudió durante años a la capilla del convento de Mosén Rubí (s. XV), en Ávila, para depositar flores naturales en la tumba en la que desde el 19 de mayo de 2001 reposan los restos de su mujer.
Su amor a su familia le llevó incluso a pedir a José Bono -adversario político de su hijo Adolfo-, que le cuidara. "Trátamelo bien", cuenta Bono que le dijo en esos días en los que hizo su última aparición pública, en la que la lectura de su discurso hizo evidente que padecía una dolencia cerebral.
Elegante, impecable en las formas y, en palabras del también expresidente Felipe González capaz de "convencer y de encantar" en las distancias cortas y ser, en definitiva, "más de diálogo que de tribuna".
Era un seductor político, con carisma, con tirón electoral y capacidad de negociación y con una firme actitud en defensa de las instituciones democráticas.
Contaba con una maestría para comunicar que incluía la televisión, donde conseguía transmitir credibilidad. "Puedo prometer y prometo"...Y España le creyó.
Tenía además una enorme capacidad de trabajo, dicen los que le acompañaron, sin parar de doce a catorce horas diarias, pero era más trasnochador que madrugador.
"Tortilla, café y un cigarro", rememora uno de sus exministros, Ignacio Camuñas, cuando cuenta que Suárez fumaba mucho, algo que trataba de compensar con el deporte los fines de semana, especialmente jugando al tenis con uno de sus mejores amigos, Manolo Santana.