Una de sepia, dos cervecitas frías, un cortado o un vinito... Son palabras habituales del diccionario cotidiano que utilizamos en los 15.000 bares y restaurantes de Madrid, uno por cada 211 habitantes.
En ellos discutimos, nos reímos y lloramos, quedamos con los amigos e incluso nos enamoramos. Para muchos es su segunda casa.
Clientes y hosteleros forman una gran familia. La barra se convierte en un gabinete psicológico improvisado donde se comparte lo bueno y lo malo del día a día.