Uno de los pioneros en el deporte español como Carlos Sainz vio premiada este martes su extensa y exitosa carrera en el mundo de los rallys con el Premio Princesa de Asturias de los Deportes, un reconocimiento para el Matador'al que ni la edad, ni ese quizá injusto halo de infortunio que parecía rodearle no hace demasiado, es capaz aún de frenar en sus ganas de competir.
Bicampeón del mundo del WRC y triple ganador del Rally Dakar, como éxitos de más renombre dentro de un gran palmarés, el piloto madrileño, que el pasado mes de abril cumplió 58 años, es sin duda una de las figuras importantes del deporte nacional y, seguramente, el encargado de dar a conocer los rallys en España y en las principales portadas de los periódicos deportivos.
Sainz ya tenía muy claro desde muy pronto que los rallys eran lo suyo e incluso dejó sus estudios de Derecho en segundo y el mundo del squash, donde había brillado con dos títulos de campeón de España en su juventud.
Primero con un Seat Panda y luego con un Renault 5 fue forjándose un buen nombre en España, para después, en 1987, y con el impulso que le dio su buen amigo Carmelo Ezpeleta debutar en el Mundial con un Ford Sierra Cosworth, siempre acompañado por Luis Moya como copiloto hasta su separación en 2002.
Sus aptitudes le permitirían dar el salto a una marca importante como Toyota. Y con el Celica de la marca japonesa entró en la historia del deporte nacional con su primera corona mundial en el WRC en 1990, a la que seguiría otra más en 1992 y su paso a la prestigiosa Lancia, con la que no pudo brillar.
Fichó por Subaru para sumar dos nuevos subcampeonatos mundiales (1994 y 1995) y, tras un nuevo paso por Ford, retornó a Toyota donde rozó el tercer título mundial, perdido de una forma dramática que marcó durante mucho tiempo su figura.
Y es que, pese a sus innumerables triunfos, a Sainz también se le recuerda por aquella imagen a las puertas del final del último tramo del Rally de Gran Bretaña. Con llegar le habría bastado para proclamarse campeón mundial ante el finlandés Tommi Makkinen, pero su coche se paró inexplicablemente, con Luis Moya gritando aquella frase que siempre irá unida a su historia ("Trata de arrancarlo, Carlos, trata de arrancarlo, por Dios") y que agrandaron una aureola de mala suerte que él siempre ha negado, recordando que ha tenido más satisfacciones que decepciones.
Además, sus números hablan más de triunfos que de fracasos. Hasta la llegada de Sebastian Loeb ostentó, con 26, el récord de triunfos en el WRC, donde rozó el centenar de podios (97), y en una votación con expertos y aficionados durante este confinamiento fue elegido como el mejor de la historia del Mundial, buena prueba de lo que representa su figura en este mundo.
Su trayectoria en el campeonato se terminó el 21 de octubre de 2004 al volante de un Citroen Xsara. Con 42 años se tomó un descanso, pero no fue demasiado largo ya que decidió probar el reto del Rally Dakar, donde debutó en 2006 y un undécimo puesto.
Volkswagen fue la primera marca en apostar por él y pronto Sainz empezó a demostrar sus aptitudes para sumar victorias en el raid, entonces aún en Africa, territorio que le quedó por conquistar tras la marcha obligada de la caravana ante la amenaza terrorista que suspendió la edición de 2008.
Sí lo hizo en su nuevo destino, Sudamérica. En 2010 alargó su leyenda con su primer triunfo y el primer español en conseguirlo en coches, pero probó la dureza de la carrera y tardó ocho años, con abandonos cuando tenía buenas opciones de victoria que alimentaron de nuevo el recuerdo de su mala suerte, en volver a saborear las mieles del triunfo con Peugeot.
Menos le costó su tercera corona, hace unos meses y antes de que el deporte se parase por el coronavirus, en el nuevo emplazamiento en el desierto saudí. 36 victorias de etapa, el tercero que más en la historia en el raid de las cuatro ruedas, certifican su ADN de ganador nato.
"Me he ganado el derecho a decidir cuándo debo parar. Ya he demostrado que no engaño a nadie, que si digo que puedo ganar es porque puedo hacerlo y que se puede esperar el máximo de mí", reiteraba recientemente ante la casi ya sempiterna pregunta sobre cuando dirá basta tras casi cuatro décadas de competición.
Ni siquiera Reyes, su esposa, le ha persuadido de momento, y tampoco el que su apellido siga sonando con fuerza en el mundo del motor gracias a su hijo Carlos y la Fórmula 1. Este reconocimiento que consigue ahora, sobre el que siempre ha mostrado su aprecio y deseo de recibirlo y que une a la Gran Cruz de la Real Orden del Mérito Deportivo concedida en 2001, tampoco parece que vaya a frenarle.