Hasta el país del sol naciente se marchó Guillermo del Toro en busca de inspiración para la película que vamos a ver a continuación, aunque ya avanzamos que el ahora requeté galardonado director mexicano es famoso por su pasión por los monstruos independientemente de sus nacionalidades. En “Pacific Rim” hace suya la tradición japonesa del “tokusatsu”, agrupando ciencia ficción y fantasía, y explotando el género de los “kaiju”, unos seres monstruosos y descomunales que tienen en Godzilla a su representante más popular. Pero estas criaturas regurgitadas desde las profundidades abisales con la única intención de llevar a la humanidad a un nuevo apocalipsis se encuentran con formidables adversarios de su misma talla: los “jaegers”, colosos robots controlados cibernéticamente por humanos mediante una conexión neuronal, capaces, por ejemplo, de limpiar las playas a guantazos, que es algo que se les da genial.
Y es que en el fondo del océano Pacífico se ha abierto un portal inter dimensional por donde se nos están colando estos bichos elefantiásicos que no tienen ningún cuidado con lo que pisan; ni a quién. Pero tranquilos que no vamos a morir todos porque los gobiernos del mundo entero acabaran coordinándose, con algún salva patrias con medallero propio al frente, así que solo hay que preocuparse de repantingare a gusto en el sofá y dejarse llevar por una película técnicamente espectacular, que te trae y te lleva por donde quiere y que tiene una única pretensión: que lo pasemos de maravilla sin necesidad de escuchar tontería tras tontería ni de atracar la nevera cada cinco minutos.
A ese niño grande al que conocemos como Guillermo del Toro no solo le gustan los monstruos sino que vive rodeado con ellos y manteniendo una extraña relación en la que no queremos entrometernos, porque allá cada cual con lo suyo. Es el último integrante de “Los Tres Amigos” en conseguir el Óscar, sobre nombre por el que conoce al trío de cineastas mexicanos que han asaltado Hollywood y no han dejado títere con cabeza: Alfonso Cuarón se llevó la estatuilla gracias a “Gravity” y Alejandro González Iñárritu por “Birdman” y “El renacido”. Entre los tres han conseguido además que a Trump se le alborote eso que lleva en la cabeza que algunos llaman flequillo más que de costumbre. En el caso de Del Toro, su ariete contra las puertas de la Academia fue “La forma del agua”, una auténtica maravilla a caballo entre el cine de autor y el relato de sentimientos más comercial a la que muy pocos pudieron resistirse.
Del Toro abrió fuego jugando con el tiempo en la vampírica “Cronos”, sobre un alucinante insecto que se alimenta de sangre pero, a cambio, te arreglaba los achaques. Al poco, ya andaba por aquí en esta España mía, esta España nuestra, buceando y sumergiéndose codo con codo con los fantasmas de la Guerra Civil, compaginando la tragedia más inquietante con las aventuras de cierto carismático conocido como el demoño rojo. Entiéndase esto último como claro homenaje al chiste viejuno que también tiene derecho a la vida. A partir de ahí el orondo director de los ojos chispeantes se ha convertido en un imprescindible del cine contemporáneo: sobre todo gracias a un tenebroso cuento de hadas sobre un fauno al que se hacían los dedos huéspedes, pero también a romances góticos fantasmales de escalofrío o espectaculares megahits donde robots atizan a monstruos con transatlánticos. Es un decir, pero es evidente que la de esta noche es probablemente la más palomitera y divertida de toda su filmografía.
Y encabezándola tenemos a Charlie Hunnam, guaperas, malote y motero, pero de buen corazón. Trabajó con Cuarón haciendo un pequeño papel en la recomendadísima distopía de “Los hijos de los hombres” y repitió con Del Toro en la siniestra “La cumbre escarlata”, pero sin duda su personaje más destacado es el forajido “biker” de los “Hijos de la anarquía”. Su Jax Teller es ya un clásico en nuestra época dorada de las series de televisión y le sirvió para hacerse notar y conseguir ponerse al frente de películas como la estupenda “Z, la ciudad perdida”, sustituyendo a Brad Pitt por cierto, o incluso para recomponer a su medida el papel de Steve McQueen en “Papillon” que está a punto para llegar a los cines.
Entre sus compañeros de aventuras esta noche no podía faltar un actor imprescindible en la filmografía del cineasta mexicano.
Ron Perlman tiene uno de esos rostros que se reconocen desde kilómetros de distancia porque mandíbulas como esa hay tres. Irrumpió en el cine a lo grande en el clásico “En busca del fuego” y poco después ya andaba codeándose con el mismísimo Sean Connery en “El nombre de la rosa”, poniendo toda la expresividad de su rotundo físico al servicio de un papel de lo más ingrato.
Con del Toro ha trabajado en seis ocasiones. Las más notables las que tienen al ya mencionado y cascarrabias demonio rojo de las astas rebanadas, que, contra todo pronóstico, se enfrentó con éxito a las fuerzas de la oscuridad que amenazan con destruir el mundo en algún momento de la tan baqueteada historia de la humanidad.
El tercero en el cartel es el elegante Idris Elba en un papel inicialmente destinada para Tom Cruise. Con su 1.90 de carne apretada por delante, el británico saltó a la fama también gracias a la televisión en la que se considera como la mejor serie de todos los tiempos: “The Wire” de HBO, en una Baltimore asolada por el narcotráfico. Desde entonces no le ha ido nada mal. Se le recuerda enseguida, de sus andanzas en las de súper héroes, se coló en los reinos de Thor y Odín como el guardián del puente del arcoíris, que está situado a las puertas de la mismísima Asgard. Y ha colaborado con Ridley Scott en dos ocasiones, aprovechando que en el tema de los bajos fondos anda puestísimo. Además, le ha prestado su 1.90 de carme apretada a una de las sagas más populares y legendarias de la historia del cine y la televisión.
Todos ellos, junto con Rinko Kikuchi, candidata al Oscar por la película de Iñárritu “Babel” o Santiago Segura, que como buen amigo del director se deja caer por allí, tuvieron que enfrentarse a la consabida filmación ante fondos verdes, en los que se insertaban digitalmente los ambientes y las acciones, generalmente peleas, en las que participaban Jaegers y Kaijus, pero para las escenas de interior se diseñó una cabina de control de tamaño natural de 20 toneladas de peso y altura de cuatro pisos capaz de moverse y de vibrar como si desde ella estuviera siendo pilotando a los robots. La película también se caracteriza por el uso de miniaturas y maquetas absolutamente perfectas y realizadas al detalle.