La vida en la Tierra se ha desarrollado en presencia de radiación. No es nada nuevo inventado por el hombre. La naturaleza está llena de radiaciones que nos acompañan desde siempre estando expuestos a fuentes naturales de radiación ionizante, como el suelo, el agua o la vegetación, así como a fuentes artificiales, como son los rayos X y otros dispositivos médicos. Evitar sus efectos adversos es la clave, sobre todo en sujetos vulnerables como los niños. Y ahí está la importancia de utilizar herramientas muy selectivas para el diagnóstico y el tratamiento de los tumores infantiles. “Los niños son especialmente vulnerables a los efectos adversos de la radioterapia a largo plazo y por este motivo la protonterapia está indicada especialmente en los tumores pediátricos”. Así se expresa el profesor de Anatomía de la universidad CEU San Pablo y experto en Medicina Nuclear, José Antonio Arias Navalón. Los haces de protones, a diferencia de la radioterapia convencional, no viajan a través del cuerpo, sino que se dirigen al lugar donde se localiza el tumor y se quedan allí actuando. De esta manera, señala, “se aporta una dosis proporcionalmente más alta en el tumor, que es la parte sobre la que interesa actuar, pero relativamente menor en los tejidos cercanos sanos”.