Varios médicos forenses que han valorado al denominado caníbal de Ventas tras el crimen y luego en prisión han certificado que no está acreditado que tenga una patología psicótica, aunque en ocasiones ha exagerado para simularlo, pero sí sufre un trastorno con rasgos paranoides y narcisista.
La Audiencia Provincial de Madrid ha continuado este martes el juicio con jurado a Alberto S.G., para el que la Fiscalía pide quince años de cárcel por un delito de homicidio y cinco meses por profanación de cadáver, por matar a su madre entre finales de enero y finales de febrero de 2019 en el domicilio de la víctima, situado en el barrio de Ventas de la capital, trocearla e ingerir sus restos.
Durante la sesión cuatro forenses, tres de ellas psiquiatras, se han reafirmado en los informes que hicieron, en un caso justo tras la detención de Alberto y en los otros tres en fechas posteriores.
Estos informes son esenciales para que el jurado determine si el procesado era dueño de sus actos cuanto presuntamente mató, troceó y se comió a su madre, y por lo tanto se le puede imputar el delito de homicidio y en su caso con qué atenuantes.
La primera forense que le atendió a Alberto en los calabozos de los juzgados de Plaza de Castilla ha relatado cómo éste le contó espontáneamente, sin arrepentimiento, que mató a su madre unos quince día antes, tras discutir porque "llevaba tiempo pensándolo, e incluso había ido a la iglesia a confesarse previamente a los hechos". "Ese era el día", añadió.
Alberto, que al ir a los calabozos pidió de motu proprio ver a un forense, siguió relatando a esta profesional que troceó a la madre, le dio parte de los restos al perro y la mayoría se los comió él crudos o cocinados como "una manera de honrar a su madre, porque le parecía un desperdicio enterrarla, como habían hecho con su padre", y porque "es una práctica muy común en las tribus africanas con los seres queridos".
Estaba tranquilo, frío y en ningún momento dijo que oyese voces o tuviese alucinaciones, aunque sí relató que había pensado en otras ocasiones matar a personas que le caían mal, pero nunca había llegado a hacerlo.
Su relato ha coincidido con el expuesto por tres psiquiatras que elaboraron informes posteriores tras revisar el historial de Alberto y examinarle, y que han concluido que "no queda acreditado que tuviera patología psicótica ni ahora ni en el momento de los hechos", aunque sí ha podido sufrir brotes psicóticos las tres veces que estuvo ingresado a lo largo de 2016 y 2017.
Lo consideran así porque Alberto nunca refirió haber escuchado voces que le animaran a matar a su madre, ni otras alucinaciones, aunque sí llegó a "exagerar los síntomas" y simular esa psicosis y un deterioro cognitivo.
Sí consideran acreditado que el procesado sufre un trastorno "con rasgos alejados de lo que se considera normal", predominando "rasgos antisociales y paraniodes" que se agravan cuando consume cannabis, como él ha confesado y ha quedado acreditado que hacía ocasionalmente.
Las dos forenses que participaron en la autopsia al cuerpo de María Soledad Gómez han explicado que la víctima murió unos quince días antes de que se encontrara el cadáver, que no tenía restos de alcohol ni drogas, y que pudo fallecer como consecuencia de las lesiones que tenía en el cuello, lo que coincide con el relato del procesado, que confesó que la asfixió.
Sobre la medicación que Alberto toma en prisión, y que en algún momento el acusado ha pedido que le retiren porque se encuentra mejor y le da sueño, estas profesionales han defendido que es bueno que la tome por su trastorno y han recordado que está en el protocolo antisuicidios.
La psiquiatra que le visitó y evaluó dos veces en 2019 ha precisado que Alberto dijo que sufría acoso escolar de pequeño, y que sus problemas se desataron tras consumir cannabis en Grecia.
Le precisó que la relación con su madre era mala, que la mató tras una discusión y la tumbó en la cama y se puso a llorar, pero luego fue consciente de que no debían encontrarle y por eso la troceó y fue comiendo trozos "sin sentir nada".
A veces bebía para soportar la situación y se ocupó de que no le descubriesen, por ejemplo tirando las tripas y congelando algunas partes para que no oliese mal.
"Vívía en una película" y "creía que me iba a deshacer el cadáver, que no me cogerían, era mi mundo de Yupi", le dijo a la psiquiatra.