Tener buena forma física o aparentarlo, vestir a la moda, emplear cosméticos, acudir con frecuencia a la peluquería para arreglar el pelo, la barba o el bigote. Estas son acciones que muchos hombres cumplen a rajatabla. Para ellos la apariencia lo es todo o casi.
Pero no es nada nuevo. En el Madrid de los Austrias algunos varones hacían exactamente lo mismo y se les conocía a modo de burla como 'lindos' o 'pisaverdes'. Se decía de ellos que andaban de puntillas para no manchar sus calzados y adornos.
Cuenta el historiador Ángel Sánchez Crespo que estos individuos antes de salir a la calle dedicaban un buen rato a ahuecar sus cabellos u ondularlos con tenazas calientes. También se perfumaban con generosidad y finalmente se embutían en las mallas con algunos rellenos para mejorar su presencia física.
Estos 'lindos' eran hijos de familias pudientes o pudientes venidas a menos. un grupo de jóvenes ociosos, como los define Sánchez Crespo, que se arrimaban a las damas con intención de cazar alguna y así tener asegurada la fortuna sin pegar un palo al agua.
Estos personajes no acabaron con el final de la dinastía de los Austrias. Con los Borbones en Madrid siguieron pululando al acecho de ricas herederas u holgazaneando de sol a sol. Solo cambió el nombre. En lugar de 'lindos' o 'pisaverdes' se les empezó a conocer como 'petimetres', 'pirracos' o 'currutacos'.
Con tanto aderezo, tanto perfume, tanta peluca y tantos rizos se temió un afeminamiento del hombre español y el rey Felipe III decidió poner límites. Sánchez Crespo relata que en 1639 se prohibió que el cabello creciera por debajo de la oreja, lo que se advirtió al gremio de peluqueros de Madrid bajo multa o pena de prisión.