FICHA DEL FESTEJO:
Novillos de Nazario Ibáñez, bien presentados, mansurrones y con movilidad, aunque con matices. Los únicos que desentonaron, el parado primero y el imposible sexto. Segundo y cuarto, aún sin descolgar lo suficiente, tuvieron transmisión y mucho que torear; complicados y temperamentales, tercero y quinto.
Álvaro Sanlúcar: estocada desprendida (silencio); y casi entera atravesada (silencio).
Gonzalo Caballero: pinchazo, casi entera tendida y trasera, y descabello (ovación tras aviso); y pinchazo, y media trasera y atravesada (ovación).
César Valencia: estocada (silencio); y estocada (silencio).
Al finalizar el paseíllo se guardó un minuto de silencio en memoria del maestro Pepe Luis Vázquez, fallecido la víspera.
En cuadrillas, los hermanos Ángel y José Otero se desmonteraron tras parear al tercero y sexto, respectivamente.
La plaza tuvo tres cuartos de entrada en tarde desapacible, con viento y lluvia en el segundo y tercer novillo.
UNA OPORTUNIDAD PERDIDA
Hay quien salía de la plaza quejándose del descastamiento y las pocas opciones que brindaron los novillos de Nazario Ibáñez. Pero ni tanto ni tan calvo, pues la novillada fue, cuanto menos, interesante dentro de sus matices.
Un encierro, manso en el caballo, eso sí, pero con transmisión en el último tercio, y con la emoción que da siempre la movilidad y el picante tan característico del encaste 'núñez', con dos astados, segundo y cuarto, de mucho interés por lo que desarrollaron en el ruedo.
De entre los novilleros, un nombre por encima de todos: Gonzalo Caballero, que si no llega a ser por su mala espada ahora mismo podría ser el hombre más feliz del mundo.
Un Caballero que sorteó en primer lugar un novillo que, pese ser abanto de salida, tuvo transmisión en la muleta, aún sin descolgar lo suficiente, con el que el madrileño anduvo muy dispuesto.
Inició su labor Caballero directamente sobre la diestra, sin probaturas previas, para continuar por ese mismo lado con series de muletazos con personalidad, con la planta relajada y una interpretación desmayada.
Cierto que algunos enganchones propiciaron que aquello perdiera fuelle. Sin embargo, volvió a levantar vuelo la faena con un epílogo por abajo y unas ceñidas bernadinas. Su fallo a espada le privó, quizás, de un reconocimiento mayor que una ovación.
El cuarto fue otro 'nazario' que se movió 'con motor' en los primeros compases pero que, enseguida, empezó a acortar el viaje, pensándoselo mucho a la hora de tomar el engaño y con poca franqueza.
Difícil panorama para Caballero, que se impuso a base firmeza y amor propio, hasta acabar robando muletazos de buen corte a media altura, que conectaron con unos tendidos muy entregados con él. Por eso, de haber matado como Dios manda, hubiera paseado un trofeo.
Sanlúcar se estrelló con el que abrió plaza, un animal que apenas se prestó desde que salió de chiqueros, muy frío, con las manos por delante y mal estilo en varas, y que en la muleta se defendió fruto de su escasa fortaleza, quedándose cada vez más corto hasta pararse.
El joven gaditano, que principió su labor con unos templados y toreros doblones por abajo, no pudo armar faena a pesar de tratar de torear siempre despacito y sin violentar a un animal que no 'rompió' nunca.
El cuarto fue novillo con transmisión y mucho que torear con el que Sanlúcar, desconfiado y despegadito, se vio desbordado por la codicia de un animal, que lo llegó a desarmar en dos ocasiones.
El primero de Valencia, pese a blandear en el primer tercio, apretó mucho en banderillas, viniéndose arriba en la muleta, aunque con mucho temperamento y sin humillar lo suficiente, algo que, sumado al viento de tormenta que molestó mucho, complicó aún más la papeleta al venezolano, que sólo pudo mostrar actitud.
El sexto fue un marrajo imposible para hacer el toreo, y aquí Valencia, después de probarlo, no le quedó otra que abreviar.