El aumento del táfico en Madrid a finales de la segunda década del siglo XX, hizo necesaria la instalación paulatina de semáforos que regularan el tránsito rodado. Fue precisamente la intersección entre Gran Vía y la calle de Alcalá, el punto con más tráfico de la capital por aquel entonces, donde se instaló el primero de ellos.
Se tardaron dos meses en instalarlo y costó a las arcas municipales 23.850 pesetas. Fue todo un acontecimiento que ocupó las portadas de los periódicos. La noticia venía acompañada con las explicaciones de funcionamiento. El verde, rojo y ámbar no ha cambiado desde entonces.