Estadio de Wembley, cuatro horas antes del partido. Los aficionados ingleses se divierten, lucen sus mejores galas y animan.
El ambiente no entiende de restricciones. El colorido de la final entre Inglaterra e Italia está por encima de todo. Quizás demasiado. Nadie se lo quiere perder. Pero las aglomeraciones son ya imparables y se empieza a perder el control.
Decenas de aficionados ingleses asaltan un coche de la organización. La escena es dantesca. En otro punto de la ciudad, comienza a intervenir la policía. Quedan aún dos horas para que arranque la final y se producen las primeras detenciones.
Los aficionados están fuera de sí. Miles de ellos sin entrada dan el pistoletazo de salida a las imágenes de la vergüenza. El primer paso es saltar la valla perimetral a la que sólo pueden acceder aquellos que tienen entrada. Intentos tímidos pendientes de que no les pillen hasta que todo ya da igual.
Avalanchas
Pasado el primer anillo, topan con la seguridad del estadio. Allí, las avalanchas vuelven a dejar fotografías surrealistas. Placajes, puñetazos y palizas. No hay manera de detener semejante estampida.
Ahora tienen que acceder al estadio. Llegan a los tornos. Se taponan los accesos pero no hay quien les pare. Los esfuerzos de los miembros de seguridad son inútiles
Una vez dentro, solo queda correr por el interior para esconderse entre el resto de gente que sí tiene entrada. Durante el partido los nervios se apoderan de unos y de otros.
Italia, bicampeona de Europa
La tanda de penaltis, elige al campeón. Wembley habla italiano. Empieza la fiesta. La otra cara de la moneda deja ingleses hundidos, algún optimista y la mayoría dando la nota.
En Italia, las calles solo entienden de diversión y fiesta. Hay atascos kilométricos. El Foro Romano y el Coliseo celebran el campeonato de Europa.