La aciaga noche del 14 al 15 de abril de 1912 selló el destino de miles de vidas. En las gélidas aguas del Atlántico Norte, el Titanic colisionó contra un iceberg. Así se sumergía para siempre en una sima abisal el buque que se había pensado insumergible.
En aquel dramático naufragio había diez españoles: María Josefa Pérez de Soto, Víctor Peñasco, Fermina Oliva, Encarnación Reynaldo, Emilio Pallás, Julián Padró, Florentina Durán, Asunción Durán, Juan Monros y Servando Oviés, procedentes de Cataluña, Madrid, Andalucía, Castilla-La Mancha y Asturias.
La tasa de supervivencia de los españoles fue del 70%, el doble que la del total de un siniestro en el que perecieron más de 1.500 personas.
Entre los pasajeros del transatlántico estaban María Josefa Pérez de Soto y Víctor Peñasco, un joven matrimonio de la alta sociedad madrileña, y su doncella, Fermina.
Tras recorrer toda Europa en una esplendorosa luna de miel, ambos pensaron que ponían el broche de oro a su trayecto con una travesía en el viaje inaugural de la mayor obra de la ingeniería móvil diseñada hasta entonces.
Para viajar en primera clase existían dos sub categorías: estándar y suite. En la primera, los precios iban desde los 134 euros, en la actualidad ese precio sería de 4.372 euros. Mientras que en la categoría suite, los precios iban desde los 3.900 euros, hoy 127.000 euros.
Por esa razón, los viajeros que la noche del 14 de abril de 1912, compartían la cena con el capitán, Edward J. Smith, disfrutando de una gran orquesta eran muy selectos.
Víctor y Josefa formaban parte de la flamante nómina de invitados. Después de cenar la noche del 14, se retiraron a su camarote sobre las once. A partir de ese momento, los recién casados vieron como su felicidad se truncaba por la tragedia.
No transcurrió mucho tiempo antes de que sintieran un gran estruendo. Inmediatamente, Víctor dirigió sus pasos a cubierta para averiguar qué había ocurrido.
Regresó rápidamente a por Josefa y su criada, Fermina, que se alojaban en el camarote de enfrente. El buque había chocado contra un gran iceberg y el hundimiento del coloso era inminente.
El capitán ordenó que las mujeres y los niños fueran puestos a salvo e incluso hubo informes de empleados que dispararon a los hombres que desobedecieron esa orden. María Josefa y Fermina pudieron subirse apresuradamente al bote salvavidas número 8.
Víctor Peñasco permaneció en la cubierta, igual que todos los maridos de las mujeres que embarcaron en este bote salvavidas, y no se supo más de él. Víctor se despidió de ella desde la cubierta del barco: “Pepita, que seas muy feliz".