"Los mejores años de nuestra vida": el rasgo de la universalidad
LaOtra Sala Clásicos: El comentario de Juan Luis Álvarez
Qué bien le salió la película al maestro William Wyler. Tanto que arrasó en los Oscar de 1947. “Los mejores años de nuestra vida” cuenta, con enorme delicadeza y elegancia, algo muy difícil: la vuelta a casa de los soldados que llegan del frente, vencedores de la segunda guerra mundial, y aunque son recibidos como héroes, no tardan en darse cuenta de que ni siquiera recuerdan ya cuál era el lugar que ocupaban antes de marcharse. Porque, mientras ellos estaban centrados en una sola tarea, el mundo seguía marcando noches y días en los lugares donde dejaron a sus familias. Un reparto plagado de estrellas defendió con vigor el mensaje del filme.
Poco después de su romance con Bette Davis, con la que realizó mano a mano dos títulos inolvidables, a William Wyler le llegó la oportunidad de llevar a cabo la que se considera su mejor película: “Los mejores años de nuestra vida”. Una historia que encuentra su razón de ser en la propia biografía de quien la dirigió. Él mismo volvió de servir en el frente en la 2GM con problemas de sordera, pero, sobre todo tan traumatizado que se negaba a hablar por temor a contagiarle sus miedos a su propia familia. No es de extrañar que cuando le pusieron este proyecto sobre la mesa, conectase enseguida con lo que allí se narraba.
En su afán por retratar al detalle el vértigo de la vuelta del soldado a casa, Wyler visitó cuántos hospitales de guerra se le pusieron a tiro, junto al guionista, Robert Sherwood, que había sido candidato al Óscar poco antes cuando escribió como llevar al cine a la “Rebeca” de la novela para Hitchcock.
Como el conflicto no estaba solo en los que volvían, sino en quiénes les recibían y que, en muchos casos, habían ocupado sus puestos en fábricas y todo tipo de empleos, Wyler optó por la multiplicidad de puntos de vista y por un reparto coral plagado de estrellas que se hiciera cargo de sacar adelante las diversas tramas. Una de ellas es la del conductor que se casó con una espabilada antes de marchar al frente, descubriendo a la vuelta, con tristeza, que, entre ellos ya nada es como fue. Dieron vida a esos personajes Dana Andrews, el hombre que descubrió que Laura era un rostro en una noche de niebla y la sensual Virginia Mayo.
El ahora un tanto olvidado Fredric March, galán en los años treinta y sobre todo estrella del teatro neoyorquino donde se lució en los montajes de “Muerte de un Viajante” o “Largo viaje del día hacia la noche”, consiguió, gracias a su trabajo en la de esta noche, su segunda estatuilla como mejor actor. La primera llegó a sus manos por su siniestra doble actuación como el Doctor Jekyll y Míster Hyde en “El hombre y el monstruo” de 1932. Estuvo brillante transmitiendo la culpabilidad de verse envuelto en lujos y cuidados hogareños con la plena consciencia de ser de los afortunados que volvieron a casa y no de los que se quedaron en el barro en Europa. Ahí se concreta otro de los aspectos más destacados de la película que muestra como las secuelas del conflicto bélico son las mismas para todos; capitanes, sargentos o marineros.Al lado del sargento Stephenson que interpreta March, está su esposa, la siempre interesante Myrna Loy que encaraba sin complejos sus primeros papeles de madurez.
El éxito de la película fue apabullante, pero a Wyler, que se había dejado el alma en la cinta, lo que más le satisfizo fue la respuesta de los veteranos con comentarios tan especiales como éste: “produce un efecto cicatrizante sobre las consecuencias de la guerra”. No se podía pedir más. La alegría se truncó en otra cosa cuando el productor Samuel Goldwyn, que se estaba haciendo de oro, le trucó las cuentas al director a la hora de repartir ganancias. No volvieron a trabajar juntos.
La película ganó el Globo de Oro y el Oscar a Mejor película, embolsándose siete de las ocho candidaturas que consiguió a los premios de la Academia: mejor filme del año, mejor guion, director, actor principal, Fredrich March, montaje, música y actor secundario; que fue a parar a inesperadamente o quizá no tanto, al ex militar en la vida real de nombre Harold Russell.
Harold Russell, soldado que se quedó sin manos mientras manipulaba un explosivo, fue fichado por Wyler cuando lo descubrió en una película de servicio social realizada para ayudar a los que habían sufrido una pérdida como la suya. Es el único actor que ha ganado dos Oscar por el mismo papel: secundario por su actuación y especial por su entrega y compromiso. No hizo carrera como intérprete, pero se convirtió en abanderado de la lucha por el respeto de los veteranos y sus derechos."Los mejores años de nuestra vida es una película clásica porque, en muchos aspectos, lo que cuenta tiene el rasgo de la universalidad. Para disfrutarla.