Los diestros Francisco de Manuel y Roca Rey, con tres y dos orejas, respectivamente, abrieron el miércoles la Puerta Grande en la corrida de la Hispanidad de Las Ventas, con una importante corrida de Victoriano del Río en la que se vivió el naufragio total de un Alejandro Talavante totalmente perdido.
La gran sorpresa de la tarde fue, sin lugar a dudas, Francisco de Manuel, que desde hoy ha comenzado a cotizar al alza después de una soberbia actuación por la que, ojalá, su nombre sea desde ya un fijo en todas las grandes ferias del próximo año.
En su buen primero ya fue todo entrega el madrileño, animoso con el capote y dejando fogonazos sueltos del buen toreo que guarda dentro, aunque en éste se le notó, quizá, algo atenazado por la responsabilidad de una tarde clave para él. Y por eso faltó redondear más una faena que, así y todo, fue premiada con una oreja.
Pero lo grande, lo verdaderamente grande, llegó en el sexto -que fue lidiado en quinto lugar al encontrarse Roca Rey todavía en la enfermería por el pitonazo que se llevó en su primer toro.
Fue éste un toro encastado y que pedía mando al que de Francisco de Manuel, que volvió a saludar con buen porte con el percal, cuajó la faena de su vida, pues, además de disposición y actitud, sacó a relucir su exquisito sentido del temple y la verdad de su torero para acabar toreando como los ángeles a un astado que, como la plaza, acabó totalmente rendido.
El toreo en redondo fue sensacional, pero el canto grande llegó por naturales, logrando muletazos soberbios a cámara lenta y de extraordinaria hondura. Los tendidos hervían de emoción, más todavía cuando el torero enterraba la tizona en el primer encuentro. Las dos orejas cayeron casi a la vez, premio totalmente merecido.
Después de ser devueltos el segundo y también el sobrero que lo reemplazó, ambos por una absoluta falta de fortaleza, Roca Rey se enfrentó finalmente con el segundo "reserva" de la corrida, un toro bastote, muy montado, pero que respondió con muy buen son en la muleta del peruano, que puso pronto la plaza en ebullición con tres pendulazos sin enmendarse como prólogo de faena.
Luego, en lo fundamental, se le vio sobradísimo, más natural y sosegado que de costumbre para ligarle los muletazos por el derecho en varias tandas reunidas y bien conjuntadas, además de varios naturales sueltos de buena firma.
Pero la sensación fue que aquello podía -y debía- haber sido más rotundo, pues el toro era de lío, y Roca, que estuvo bien con él, no acabó de cuajarlo, por mucho que la gente vibrara, en ocasiones de manera desmedida, con todo lo que hizo el torero. Cortó las dos orejas, la segunda en el límite del triunfalismo.
Al sexto le faltó clase y entrega, lo que no fue óbice para que Roca Rey lo dejara todo sobre la arena y le sacara todo el fondo que tenía el animal, especialmente sobre la mano izquierda.
Sin rastro del esperado Mbappé en la plaza, tampoco lo hubo de Talavante, con la diferencia de que éste sí hizo acto de presencia en la corrida de la Hispanidad. O no. Directamente fue una pequeñísima sombra vestida de corinto y oro.
Porque la tarde del extremeño fue el fiel reflejo del año que ha echado. Si con su blando primero no pasó del templado recibo a la verónica, lo del cuarto fue para clamar al cielo: frío como un témpano y con una absoluta falta de actitud ante un toro noble y manejable, al que se limitó a pasar con tanta ligereza como displicencia.
Tanto fue así que después de atascarse con el descabello, y tras sonar el segundo aviso, decidió inhibirse totalmente y no atacar ni una sola vez más con el verdugillo hasta que llegó el tercero. Petardo histórico de Talavante, mucho más que desdibujado, ausente, apático, para que reflexione seriamente este invierno.