A Jesús López-Terradas, el 'relojero de Sol', no le importa la supuesta mala suerte que supone no tomarse las uvas, porque él lleva casi un cuarto de siglo sin hacerlo, ni que la maquinaria falle porque eso es casi imposible con el cuidado que recibe cada semana, pero sí que espera no revivir las sensaciones de un año atrás cuando llegó a la Puerta de Sol con la antelación habitual y se encontró la plaza vacía.
“Nada, no hay nada similar al año pasado. Nosotros estamos aquí para que no haya problemas, yo por lo menos sí, y creo que mis compañeros también; es muy bonito escuchar a las personas ahí, gritando, riendo y demás. Lo del año pasado… ¡madre mía qué pena!”, añade sin dar muchos más detalles del Fin de Año del 2020 como si por obra del más gafe se pudiera repetir este año.
Mientras que en 2020 no se celebraron ni las preuvas ni las uvas, este año el Ayuntamiento de Madrid ha establecido un aforo de 7.000 personas en la Puerta de Sol, un 60 % menos que en 2019, para ambas celebraciones de los días 30 y 31 de diciembre, y además la Policía controlará el uso de mascarilla y que se mantenga la distancia interpersonal.
En cualquier caso, el cambio de año se producirá una vez más al ritmo al que marcan las campanadas de Sol parar tomar las tradicionales 12 uvas, que en el caso del relojero lleva 24 años sin hacerlo y reconoce que ya ni las quiere, porque, “si estás a eso, no estás a lo otro, a trabajar y a que todo el mundo se las coma a gusto”.
“Ese día se ponen micrófonos en las campanas, hay más altavoces en las esquinas del edificio y aquí estamos nosotros, nadie más”, cuenta a Efe López-Terradas, que recibe todas las navidades a decenas de medios que van, año tras año, a entrevistarlo a pocos días de ‘las uvas’.
En esas conversaciones siempre le preguntan por sus nervios, cómo asegurarse de que el reloj es infalible y se hacen mil fotos a los engranajes que Jesús y sus compañeros Pedro y Santiago mantienen a punto desde hace 24 años para que todos los españoles estrenen el Año Nuevo.
La sala de operaciones en la que nos recibe sigue impactando a los periodistas más veteranos por su escaso espacio rodeado de cuatro enormes relojes que se unen en una imponente maquinaria común a la que solo se acercan estos tres expertos de la relojería Losada, de la madrileña calle Alberto Bosch 5, “detrás del Museo del Prado y al lado de los Jerónimos”, como bien apunta López-Terradas.
“Fíjate ahora mismo lo tenso que estoy”, asegura Jesús con chulería, también madrileña, porque ya nada relacionado con el reloj ni con el 31 de diciembre le pone nervioso.
“Si vienes todas las semanas durante 24 años pues, hombre, tenemos que encontrar algo que no hubiéramos visto antes, muy malo, y muy malo tiene que ser para que haya tensión pero, vamos, no hay problema”, dice muy seguro y agarrando una palanca que sale de la máquina como si fuera un enorme freno de mano con el que explica que puede parar y cambiar el reloj a su antojo.
Y lo hace con el tono de tranquilidad de quien conduce y lía un cigarrillo al mismo tiempo. O lo que viene a ser lo mismo, el reloj de Sol volverá a funcionar perfectamente cuando llegue la medianoche del próximo viernes 31 de diciembre.