No vamos a hablar de la fauna que puebla la Sierra o la campiña ni tampoco de la del Zoo de la Casa de Campo. Nos referimos a los madrileños, a los villanos, a los que ejercieron antaño curiosos oficios.
Lo de fauna no es un término despectivo sino que hace referencia a los integrantes de un ecosistema social muy especial formado entre otros por: sicarios, valentones, clamistas, enganchadores, apuntadores, contadores, modorros, barateros, entruchones, despabilavelas y orinaleros.
Cuenta Ángel Sánchez Crespo en su obra '101 curiosidades de la historia de Madrid' que ya en tiempos de Alfonso X El Sabio, allá por el siglo XIII, se dictó la Ordenanza de Tafurerías. De de ahí viene la palabra tafur que luego hemos conocido como tahúr.
El juego y las apuestas, ya fueran de dados, naipes, con monedas, tabas o haciendo carambolas, propiciaron a su alrededor todo tipo de oficios.
Y antaño con más razón por la necesidad de comer a diario en medio de la gran pobreza reinante. La picaresca multiplicaba el número de participantes en torno a esta industria del azar y el crimen.
Madrid ha sido y es como la luz que atrae a las polillas. Unas incautas que a menudo acaban achicharradas o espantadas de un manotazo. Pues igual ocurría siglos atrás.
El jugador o apostador, muchas veces de paso por la Villa, podía hacerse con una buena bolsa o acabar arruinado. Y, lo que es peor, apaleado o atravesado por una espada en un callejón oscuro.
En esa fauna en torno al juego cada uno ocupaba su sitio. El 'enganchador' atraía a a la persona para que participara en la timba. El incauto que entraba al juego se denominaba el 'blanco'. Por contra, el 'negro' era el experto conocedor de todos los trucos y lances para desplumar a los adversarios.
Los 'apuntadores' también llamados 'guiñones' se dedicaban a dar pistas mediante gestos y muecas para favorecer a uno u otro jugador. El 'contador' llevaba la cuenta de las pérdidas de cada jugador para ir avisando a los prestamistas y usureros.
El 'baratero' era el que estaba a la espera de que le cayera algo, bien en forma de propina o bien amenazando al jugador que hubiera tenido fortuna.
El 'modorro' se hacía el dormido pero permanecía atento y cuando el resto de jugadores presentaba signos de cansancio se colaba en la partida para, más fresco, aprovechar su suerte.
Otro habitual era el 'entruchón', un profesional del juego. Su baza era meterse en partidas en las que otros supieran menos o fueran menos hábiles. En caso de coincidir dos o más 'entruchones' la cosa no solía acabar bien.
Sin participar en el juego pero atentos a su desarrollo, tenemos a los 'espabilavelas', los encargados de que no faltara luz ya que, como se sabe, la trampa florece en las sombras.
Como nadie quería levantarse de la mesa de juego para ir a hacer sus necesidades, porque nadie se fiaba de nadie, el papel del 'orinalero' era fundamental. Se encargaba de recoger los orinales llenos, vaciarlos y traerlos de nuevo para que otro jugador pudiera aliviarse sin quitar los ojos de los naipes, los dados o lo que fuera.
Los sicarios no han cambiado su forma de proceder en el correr de los tiempos. En el Siglo de Oro amenazaban y mataban por encargo, del prestamista u otro jugador. El 'valentón', sin llegar a sicario, amenazaba a la víctima. Y el 'clamista' era el narrador de la partida, exagerando y vociferando algunas partes o resultados del juego.
Algunos de estos personajes, con otros nombres, perduran. Fraudes, timos y estafas están a la orden del día. En el fondo es lo mismo o se le parece mucho. Lo que ha cambiado es la taberna por el ciberespacio.