Desde hace más de 80 años, Churrería Antonio deleita a sus clientes con churros, porras y una especialidad única: las ranas.
Este dulce, exclusivo del local, nació como un experimento que se convirtió en tradición. Se prepara moldeando masa de porra ligeramente cruda, que se vuelve a freír para obtener una textura crujiente y jugosa. Su toque final, con anís, canela y azúcar, le otorga un sabor inconfundible que ha conquistado a generaciones.
El ambiente del lugar es un reflejo de su historia: familiar, vibrante y lleno de aromas irresistibles. Cada fin de semana, desde temprano, los clientes llenan el local para disfrutar de un desayuno típico madrileño.
"El olor al entrar ya te despierta", confiesa una clienta habitual, mientras saborea su porra con café con leche.
Los actuales dueños de la churrería son un ejemplo de reinvención. Sin experiencia previa en el mundo de la hostelería, asumieron el desafío de continuar con el legado del negocio.
Ella, formada en Comunicación Audiovisual, y él, repartidor en ese entonces, encontraron en la churrería una nueva pasión. Tras dos años de aprendizaje, se han convertido en expertos churreros, manteniendo viva la esencia del lugar y aportando su toque personal.