La magnífica estatua de Felipe III que preside el centro de la Plaza Mayor tuvo durante años un segundo oficio como planta atrapa-pájaros. Podemos confirmar que no era una de las intenciones del autor de la estatua, Juan de Bolonia.
El caballo de Felipe III, hueco por dentro, tiene la boca como única apertura al exterior. Durante cientos de años se estuvo tragando a las incautas avecillas que caían dentro sin poder salir de nuevo.
La estatua podría haber seguido siglos haciéndolo y nadie se hubiera dado cuenta. pero en 1931, al proclamarse la II República, las calles se llenaron de un exaltado sentimiento antimonárquico. A unos vándalos se les fue la mano y lanzaron un explosivo al interior del caballo. El vientre explotó y, para sorpresa de todos, empezaron a llover pequeños huesecillos de pájaro, desvelando así el profundo secreto del "Cementerio de Gorriones". Descansen en paz los pobrecillos...