Felipe III de España, llamado "el Piadoso", fue rey de España y Portugal desde 1598 hasta su muerte. Se le conocía como el piadoso porque rezaba nueve rosarios al día, uno por cada mes que Jesucristo pasó en el vientre de su madre. Felipe III no brilló ni por su inteligencia ni por su valía. Su padre, Felipe II, ya lo vio venir. Exclamó al mundo: "El cielo, que tantos dominios me ha dado, me ha negado un hijo capaz de gobernarlos".
El Alcázar de Madrid, en el que vivía nuestro monarca, era un edificio enorme, imponente y frío, muy frío. La tradición cuenta que el rey falleció por culpa del excesivo protocolo de la corte española. ¡Qué tontería! ¿no?
Un buen día, el Rey estaba solo, pomposamente sentado frente a una chimenea en la que ardía una gran cantidad de leña. Estaba tan cerca y había tanta leña que el rey empezó a sofocarse. Cualquier hijo de vecino se hubiera levantado se hubiera alejado o algo semejante ¿no? Vale, pues parece que el Rey no era cualquier hijo de vecino. Su obsesión por el protocolo y la etiqueta no le permitía apagar el fuego ni quejarse ni levantarse para llamar a nadie.
Su Majestad pasó de tener poder omnímodo a tener unas fiebres infinitas. La hipertermia afectó a su cerebro y perdió la vida cocido como una gamba.