Cuando paseamos por la Calle del Codo no hace falta que nos preguntamos a qué debe su nombre. No hay más que ver su forma en ángulo de 90 grados. Un codo urbano que da a la mismísima Plaza de la Villa.
Manu del Moral (@secretosdemadri) nos cuenta que, según las crónicas de la época, uno de sus transeúntes más ilustres fue Francisco Quevedo y Villegas. El escritor era un hombre de costumbres. No todas buenas. Una de ellas era la de orinar alegremente en este pequeño rincón de Madrid. Por supuesto siempre de vuelta de sus fantásticas parrandas.
Por una vez las autoridades pensaron que tal vez quedaba feo tener un rincón tan feucho y maloliente en pleno centro de Madrid e iniciaron una serie de medidas para evitar tamaño descrédito de las buenas costumbres. La gran idea que se les ocurrió fue la de poner cruces en los lugares susceptibles de ser lugar de alivio urinario. Estaba bien pensado, ¿verdad? ¡A nadie se le ocurriría orinar delante de una cruz! Junto a las cruces colocaron una inscripción que decía "Donde hay una cruz no se orina".
Ni corto ni perezoso, no era ninguna de esas dos cosas, Quevedo escribió en la pared otra inscripción que decía: "Y donde se orina no se ponen cruces". ¿Tenía arte el tío o no?