Durante las vacaciones, es de todos conocido que el ritmo de vida sufre un cambio significativo. Desaparece el ritmo de trabajo, mientras que los periodos de descanso se prolongan a lo largo del día. La hora de acostarse se retrasa, con lo cual lo mismo ocurre con la de levantarse. “Esta circunstancia, apunta Fernando Miralles, Profesor de Psicología en la Facultad de Medicina de la universidad CEU San Pablo, está unida a una ausencia casi completa de rutina, con un desorden total de nuestros hábitos, incluidos las comidas, da lugar a que nuestro biorritmo se vea profundamente afectado, si es que llega a existir. La vuelta a la vida ordinaria puede suponer un cambio brusco para el organismo”.
Si a eso añadimos que, generalmente, el periodo de vacaciones precede al cambio de estación, del verano al otoño, tenemos los ingredientes perfectos para que se den esos procesos de ansiedad o incluso de depresión que son más comunes en otoño. De hecho, afirma el profesor Fernando Miralles, “la depresión es el mal de nuestra sociedad. Casi un 30% de las bajas laborales son por depresión y no se cura sólo con medicación.”