Hace unos meses conocimos la historia de Graci, que compró hace dos años una casa okupada en Colmenar Viejo al banco por 180.000 euros, gastándose todos sus ahorros. Cuando fue a la vivienda, se topó con que la cerradura estaba cambiada. Ahora, pide a las puertas del juzgado poder recuperarla.
Está desesperada y ya no sabe qué hacer. Cuando descubrió esto, se acercó a la Guardia Civil y comenzó el trámite para poder notificarles que la vivienda le pertenecía, pero sigue esperando a que el Juzgado 13 de Colmenar Viejo realice la comunicación.
"Cuando vine a casa ya había gente dentro después de haberla comprado". Graci ahora tiene que costearse el alquiler de otra vivienda más la hipoteca de la okupada. "Lo que necesito es que el juzgado número 13 de Colmenar viejo notifique que esa vivienda no es suya y que se tienen que ir".
"Espero que esto sirva para algo y que realmente, dentro de 15 días, hagan lo que me han dicho que van a hacer". Según nos cuenta Graci, la Guardia Civil le ha dejado bien claro que no puede acercarse a los okupas porque probablemente la podrían denunciar. Sin lugar a dudas, se siente atada de pies y manos.
Asimismo, declara que el juzgado que entrega las notificaciones le ha dicho que no encuentra la vivienda. Ese es el problema que tiene desde julio del año pasado. Al menos, los gastos no tiene que pagarlos porque no llegó a cambiar los suministros.
Pero esta no es la única okupación que sufre Colmenar Viejo. El pasado 23 de mayo, okuparon el chalet de la abuela de Irene, de 97 años, mientras estaba en la residencia. Se trata de una vivienda de la que disfrutan los fines de semana sus hijos y nietos. En su caso, sí están pagando las facturas de luz y agua a los okupas.
Al percatarse los vecinos, avisaron inmediatamente a la familia que, al poco, se personó, pero los okupas ya estaban en el interior de la vivienda y solo les quedó denunciar la okupación. Así lo hicieron y, en el juicio, celebrado el 30 de mayo, el juez determinó que no se trataba de una okupación, sino de un allanamiento de morada.
La familia está desesperada, ya no saben qué hacer. Lo único que han conseguido es que les devuelvan algunas de sus pertenencias, como las cenizas del difunto marido de la abuela de Irene. "Tenemos a nuestro gato dentro, con el chip, y al que veníamos cada semana a ver y cuidar".