La esquiadora madrileña es la única deportista española con una medalla en los Juegos Invernales
REDACCIÓN
La esquiadora Blanca Fernández Ochoa (Madrid, 1963), cuyo cuerpo ha sido hallado en la Sierra de Madrid, fue una de las pioneras del deporte femenino español. Su leyenda se consolidó en 1992 en los Juegos de Invierno de Albertville, donde se convirtió en la primera mujer española en conseguir una medalla olímpica de invierno: un bronce en el eslalon especial.
Blanca fue la segunda Fernández Ochoa en escribir su nombre en la historia olímpica, después de su hermano Paquito, oro en Sapporo 72. Fue él quien la empujó a la nieve. “A raíz de la victoria de una medalla olímpica de mi hermano Paco deciden investigar en la familia si genéticamente hay alguien más. No es que a mí me encantase, todo lo contrario, me empujan”.
Una vida dedicada al esquí
Blanca nació en 1963, la sexta de ocho hermanos, en el barrio madrileño de Carabanchel. Sin embargo, ella y su familia se trasladaron pronto al Puerto de Navacerrada y a Cercedilla, donde comenzaron a cultivar su afición por el esquí en una sierra madrileña que permanecía blanca la mitad del año. Allí se les acogió con orgullo.
Con solo ocho años, su hermano Paco, fallecido en 2006, se convertía en el primer y único español en conquistar una medalla de oro en unos Juegos Olímpicos de Invierno: el 13 de febrero de 1972 se proclamaba campeón de eslalon gigante en Sapporo (Japón). El éxito de su hermano le inspiró para dedicarse al esquí.
Con once años entró en el equipo de promesas e ingresó en el centro de entrenamiento de Vielha, en los Pirineos. Ese mismo año, en 1974, se proclamó campeona de España infantil de eslalon gigante, título que revalidó el año siguiente. Después llegaron los campeonatos estatales de 1982 (en eslalon gigante y descenso), 1983 (en todos los títulos absolutos) y 1989 (en eslalon, eslalon gigante y combinada).
Una especialista del eslalon
Especializada ya en eslalon y eslalon gigante, Blanca comenzó a destacar en el circuito internacional, donde conquistó cuatro victorias en la Copa del Mundo. La primera de ellas, en el eslalon gigante de Vail (Estados Unidos) en 1985, la convirtió en la primera esquiadora española en lograr un triunfo en la competición.
Más tarde llegaron los éxitos en Sestriere (Italia) en 1987, en Morzine (Francia) en 1990 y en Lech am Arlberg (Austria) en 1991, todos ellos en eslalon.
Sin embargo, fueron los Juegos Olímpicos de Invierno los que la coronaron. Participó en cuatro citas olímpicas: Lake Placid 1980, Sarajevo 1984, Calgary 1988 y Albertville 1992. En esta última cita se consagró como la única española con medalla en unos Juegos Invernales.
Tras lograr diploma en Sarajevo (sexta), donde fue abanderada por primera vez, y Calgary (quinta), después de ganar la primera manga y caerse en la segunda, la gloria le llegó en el eslalon de Albertville.
Allí, en los Alpes franceses, conquistó la presea de bronce, última medalla española en unos Juegos de Invierno hasta que el snowboarder Regino Hernández rompió la sequía de 25 años y 361 días con otro bronce en PyeongChang 2018.
Un ejemplo para generaciones posteriores
Tras la cita gala confirmó su retirada. Sus hazañas le reportaron numerosos galardones, como dos Premios Reina Sofía como mejor deportista española de 1983 y 1988, o la Medalla de Oro de la Real Orden del Mérito Deportivo en 1994.
Siempre estuvo comprometida con los problemas sociales y era conocida por su sonrisa, tal y como a ella le gustaba recordar. “Es una filosofía de vida que hay que aplicarla. Por los menos treinta segundos al día, pero hay que reírse”.
Su esfuerzo y dedicación sirvieron, además, de inspiración para generaciones posteriores, como María José Rienda, que emuló sus éxitos en la Copa del Mundo. Sin embargo, ninguna otra mujer pudo repetir su proeza en Albertville, que quedará para siempre como momento cumbre del deporte femenino español.