Lo que comemos y bebemos influye en la incidencia, el crecimiento y el desarrollo del cáncer, hasta el punto de que la alimentación ayuda a prevenir un tercio de los tumores más comunes.
Es lo que afirma la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer (IARC) que recuerda que “hay evidencias muy sólidas de que una dieta y actividad física saludables reducen el riesgo de cáncer”.
En concreto, en lo relativo a alimentación para prevenir el cáncer la IARC recomienda: evitar la obesidad; limitar el alcohol, las bebidas azucaradas y los alimentos ultraprocesados; comer más verduras y menos carne roja y procesada.
Pero en los últimos años se está produciendo lo que se ha llamado un “cambio de paradigma”: la nutrición puede jugar un papel también en el tratamiento del cáncer, no solo en la prevención.
En el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) investigan ahora utilizar la comida saludable como herramienta contra el cáncer con resultados prometedores.
Sin embargo, todavía no se sabe lo bastante como para integrar la dieta, y el tipo de dieta, en el tratamiento del cáncer como un elemento terapéutico más.
Explican que las dietas pueden apuntar directamente al metabolismo del cáncer, al privar al tumor de los nutrientes que necesita, o pueden afectar a otros elementos clave para el desarrollo del cáncer.