Desde el inicio de su mandato, el presidente de EEUU, Joe Biden, ha acumulado un sinfín de despistes, incoherencias, fallos de memoria y balbuceos en público. A trece meses de las elecciones norteamericanas, muchos dudan de su estabilidad mental y de sí es fiable como para ser reelegido.
Los dos últimos despistes son muy recientes. El pasado jueves comparecía junto al presidente brasileño Lula da Silva durante la Asamblea General de la ONU en Nueva York. Al finalizar la rueda de prensa, Biden se despedía de su homólogo a la francesa, lo que motivaba un expresivo gesto de Lula.
El pasado día 11, durante su visita a la capital vietnamita de Hanoi, y tras anunciar que se iba a la cama, acabó su intervención con una retahíla de palabras incomprensibles al punto de que su jefa de prensa cortó su intervención.
Tiende a confundir nombres y cargos, como cuando llamó Rasi Sunak, en vez de Risi Sunak, al premier británico, o presidente al primer ministro indio Modi.
En la visita de Modi a EEUU en junio de este año hubo otro momento sonado, cuando se llevó la mano al pecho al confundir el himno de la India con el de EEUU. O decir Camboya en vez de Colombia.
Días después, aseguró que Putin estaba perdiendo la guerra de Irak, en vez de Ucrania.
Los lapsus son infinitos, desde leer como parte de su discurso las anotaciones realizadas por su equipo, o anunciar, en 2023, medidas para 2020.
Además de estas pruebas de inestabilidad mental, tampoco parece que su estado físico sea óptimo. Se ha perdido la cuenta de las veces que se ha tropezado al subir o bajar la escalerilla del avión presidencial, más tropezones en actos públicos o quedarse dormido en la cumbre del clima en Glasgow en noviembre de 2021, sopor del que tuvo que sacarle un asesor.
Tras tantos deslices, realmente preocupa su estado cognitivo, su capacidad mental y su estado físico.